Con permiso

Monteagudo

24-05-2020 / Con Permiso, Lecturas
Etiquetas: ,

Un año antes del 25 de mayo de 1810, en Chuquisaca, allá en el Alto Perú, un pibe de sólo 19 años dio el puntapié inicial, con un silogismo, a todos los procesos independentistas del Sur.


Monteagudo

Por Luciano Debanne.

La revolución empezó, un año antes, con un silogismo.

Un silogismo que en su razonamiento lógico escondía una picardía, una picardía política.

Un año antes del 25 de mayo de 1810, en Chuquisaca, allá en el Alto Perú, Bernardo de Monteagudo puso sobre la mesa un razonamiento lógico que sirvió de excusa y puntapié inicial a todos los procesos independentistas del Sur.

Monteagudo era en ese entonces un pibe, un pibe de 19 años. Sí, diecinueve años.

Argentino, diríamos ahora, porque nació en Tucumán. Nació criollo como su padre y negro como su madre.

Ese mulato empezó a estudiar leyes en Córdoba y se graduó a sus 17 años en la Universidad de Chuquisaca; y ahí mismo, en lo que hoy es Sucre, empezó a ejercer como defensor de pobres.

Después sería de la pandilla de Castelli y mano derecha de San Martín en la guerra y en el gobierno.

Fue él quien, tras ser parte de los procesos revolucionarios de toda la América, pensó por primera vez la idea de una Federación Hispanoamericana. Una idea que fascinó a Simón Bolívar.

El Libertador le pidió que desarrolle las bases para llevarla a la práctica y entonces Bernardo escribió su «Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos y plan de su organización».

No pudo terminarlo. No pudo porque moriría asesinado a los 35 años. Sólo treinta y cinco años tenía al morir.

«Serás vengado!» dicen que gritó Bolívar al recibir la noticia.

Pero varios años antes, ese pibe de 19 años pronunció lo que se conoce como el silogismo de Chuquisaca.

El rey español está preso por Francia y entonces la inteligencia revolucionaria encuentra un resquicio en la correlación de fuerzas entre criollos y españoles. Pero es necesario construir los argumentos legales para avanzar al menor costo y quedarse con las herramientas de la institucionalidad española dominante para fundar una nueva hegemonía.

Bernardo de Monteagudo lo hace. Da esos argumentos en una obra, una ficción. Así como suena, Bernardo escribe un cuento.

Escuchá bien, porque es fascinante.

Bernardo imagina un diálogo entre Atahualpa, el último Inca asesinado y torturado por Pizarro, y Fernando VII, el rey español destituido y preso por Francia.

Imagina Bernardo de Monteagudo un diálogo, en un obra literaria, y en ella siembra este argumento:

«¿Debe seguirse la suerte de España o resistir en América? Las Indias son un dominio personal del rey de España; el rey está impedido de reinar; luego las Indias deben gobernarse a sí mismas.»

Ese es el silogismo de Chuquisaca.

Con ese argumento se iniciaron las revueltas de Chuquisaca y La Paz, primeras revueltas independentistas de América del Sur.

Ese ejemplo y antecedente, un año antes en el Alto Perú, permite que sea posible nuestra revolución de 1810.

El silogismo de Chuquisaca. Lo escribió un pibe de 19 años, poeta, defensor de pobres, revolucionario y mulato.

Lo asesinaron en Perú… Quizás por todo eso.