Por Luciano Debanne.
Mirarse el ombligo, hoy, para saber que somos hijos, hijas, de alguien.
El ombligo, no solo en lo que tiene de tajo, alguna vez sangrante, sino también de cicatriz curada a lo largo del tiempo.
Cicatriz limpiada, cuidada, lavada, soplada amorosamente o besada para curar en la risa, en nuestra fragilidad de mamíferos.
Mirarse el ombligo, hoy, para saber que somos porque alguien ha sido, plenamente, para nosotros.
Y así desde el inicio de los tiempos.
Y no hablo del parto, nada más.
Sino de esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Primera palabra.
Base de humanidad.
Notas relacionadas
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
¡Un sapo!
Con su fealdad de deidad pedestre, magnífico, rugoso, eterno en su ida y vuelta del fondo de la tierra al charco efímero de la superficie.
