Con permiso
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
Por Luciano Debanne.
Hay un mundo incendiándose.
¿Por qué?
No alcanzan nuestras manos.
No alcanza nuestra buena voluntad.
No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
Nada de eso alcanza a apagar la desidia de los gobiernos, las distracciones de afiche electoral, el sentimiento raro de la superioridad, la aplanadora marcha del dinero, que no mira ni adelante, ni a los costados, ni atrás.
Hay un mundo incendiándose ante nuestros ojos, sólo nuestras lágrimas hirviendo sobre el fuego, buscándolo apagar.
¿Por qué?
¿Por qué sólo nuestras lágrimas y nada más?
Se queman las cosas equivocadas: intactos los dueños del incendio, cenizas sobre todo lo demás.
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La sangre pronto se secó sobre la tierra, las tierras tuvieron dueños y perdieron los nombres viejos. Pero, vean cómo son las cosas, siguen soñando las niñas de hoy el sufrimiento incendiado de las abuelas.
Y en todas las casas un fueguito, la mesa, el pan, el mantelcito, la ropa colgada, el limonero todo lleno de flores, el perro ahí pelando un hueso, los mocosos creciendo, el alma embadurnada de felicidad, mirá.
Una supervivencia, una condición de posibilidad, una esperanza, una ilusión, en este país nuestro que hoy nos tajea el día a día y nos dibuja un futuro entrecortado.