Con permiso
¡Un sapo!
Con su fealdad de deidad pedestre, magnífico, rugoso, eterno en su ida y vuelta del fondo de la tierra al charco efímero de la superficie.
Por Luciano Debanne.
¡Un sapo! ¡Un sapo!
En la menta de la huerta, recién cuando fui a buscar unas hojas para el té.
El primer sapo de esta primavera.
Con su fealdad de deidad pedestre, magnífico, rugoso, eterno en su ida y vuelta del fondo de la tierra al charco efímero de la superficie.
¡Un sapo!
Gordo, verde. Sus ojos anfibios, su boca enorme de comer.
Ahí entre las mentas frondosas, y vivas, y gráciles.
Verdes las hojas de la menta, verde el sapo, verde el tiempo que viene de llover, florecer y crecer
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La sangre pronto se secó sobre la tierra, las tierras tuvieron dueños y perdieron los nombres viejos. Pero, vean cómo son las cosas, siguen soñando las niñas de hoy el sufrimiento incendiado de las abuelas.
Y en todas las casas un fueguito, la mesa, el pan, el mantelcito, la ropa colgada, el limonero todo lleno de flores, el perro ahí pelando un hueso, los mocosos creciendo, el alma embadurnada de felicidad, mirá.
Una supervivencia, una condición de posibilidad, una esperanza, una ilusión, en este país nuestro que hoy nos tajea el día a día y nos dibuja un futuro entrecortado.