Por Luciano Debanne.
Es una vieja historia elamita sobre un grupo de makusihti que se echaron a andar.
Fulanos sabios, eruditos, estudiosos de las estrellas y la naturaleza, que leyeron en el cielo lo que iba a suceder en la tierra. Como es arriba es abajo, dicen.
La historia fue pasando de lengua en lengua. Del imperio elamita a la lengua persa, de ahí al acadio, después al griego, al latín y más tarde navegó por los libros en lenguas romance.
Es una historia bonita, de la que nos llegan breves retazos.
Tres eruditos que viajan con regalos para un niño del montón que en su pobreza viene a enseñarnos que dios está en todas partes y que, a pesar de lo que dicen las viejas palabras, hay que cambiar odio por amor.
No eran magos, aunque a nosotros llega así la historia. Pero es solo una forma de decir, palabras de cuenteros de ronda y fuego.
Dijeron magia para decir conocimiento, conocimiento hecho de estar atento y de entender la naturaleza de la tierra y del cielo. Todo como una sola cosa.
Tampoco es que eran tres, eso vino después; porque las historias se van condensando a medida que se las pasa de boca en boca.
En esta historia tres significa todos: África, Asia y Europa. Joven, adulto, viejo. Incienso, oro, mirra: lo divino, lo terrenal, la muerte. Todo.
Y reyes, significa que tenían y teniendo vinieron a dar. No es de poderío y súbditos de lo que habla esta historia, sino de entrega y humildad del conocimiento.
Un antiguo cuento contado en el desierto, viajando a través de la historia, recorriendo países y culturas, e intenciones.
Una historia sobre cómo la verdadera sabiduría consiste en rendir el mundo a los pies de cada niño, no importa dónde haya nacido ni de quién sea hijo.
Porque ahí se concentra el universo entero, como posibilidad de un nuevo comienzo nacido de la continuidad.
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