Por Luciano Debanne.
Los que en la pobreza sólo ven miseria y los que sólo ven bondad.
Los que miden la felicidad del resto con su propia vara.
Los que imponen sus libertades aunque los otros no las quieran.
Los que te recetan anteojos para mirar los mundos que desconocen.
Los que están en contra de la eutanasia y del suicidio.
Los que piden pan para quienes no tienen dientes.
Los que le rezan a dioses en nombre de los ateos.
Los que le creen a Star Trek, al mensaje final de He-Man, a las pizarras de las casas de decoración.
Los que te dicen que te cuides, y te cuidan.
Los que cargan la cruz en nombre de pecados que cometieron otros.
Los que perdonan cualquier cosa.
Los que creen que tienen la potestad para señalar mejores y peores.
Los que cuentan costillas y exigen la libra de carne.
Los que vienen a enseñar, a recetar, a señalar el camino.
Los que se sacrifican en nombre de quienes no creen en el sacrificio.
Los de la moral a prueba de bala.
Los que les tiran margaritas a los cerdos para sentir su propia sensibilidad.
Los iluministas y los alfabetizadores.
Los facilitadores y los activistas.
Los poetas de lo ajeno.
Los generosos.
Los sensatos.
Los piadosos.
Los mártires.
Los que quieren ser mejores para exculpar sus pecados, sus debilidades, su mugre, su mierda, su intolerable humanidad.
Los que se sienten mejores por hacer cosas que creen mejores.
Ustedes, nosotros, vos, yo.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
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