Con permiso
Una marea
Una consigna, una arenga, un coro callejero. Una canción. Marcha y baila, baila y ríe. Canta y mueve las caderas andando. Una algarabía de brazos abiertos, una comunión, una misa sin virgen ni dios.
Por Luciano Debanne.
Si no te movés
no sentís las cadenas,
dijo riendo,
y toda su bijoutería sonó.
Marcha y baila,
baila y ríe.
Ríen y hablan.
Una consigna, una arenga,
un coro callejero,
una marea.
Una canción.
Canta
y mueve las caderas
andando.
Baila
y se sienten las cadenas
sonando.
Va por la calle marchando
su corazón.
Si no se mueve,
me dice,
no es mi revolución.
Y es un escándalo
como va caminando,
toda profana esa procesión.
Gritan, cantan, andan,
blasfeman.
Una algarabía de brazos abiertos,
una comunión,
una misa sin virgen ni dios.
Como sus caderas
avanza bailando,
el cuerpo zigzagueante en la calle,
una revolución.
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Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
Con su fealdad de deidad pedestre, magnífico, rugoso, eterno en su ida y vuelta del fondo de la tierra al charco efímero de la superficie.