Por Luciano Debanne.
Un pregón que traiga buenas nuevas,
un anuncio de heladeras llenas,
y de juntadas,
pancitos con manteca
y mermelada,
como de peques, con chocolatada,
¿ves?
Si se pudo se tiene que poder,
no me digas que ya no se puede hacer.
Un pregón que anuncie tiempos nuevos,
milanesa, fritas y huevos,
almuerzo y cena,
desayuno y merienda.
Salidita de fin de semana,
unos con el fuego,
otros la ensalada,
y después tirarse a hablar de nada,
toda la charla bien regada.
Un pregón de buenos augurios,
aumentos, vacaciones en diciembre y julio,
trabajos buenos, sueldos mejores,
remerulis, zapatillas y pantalones;
juguetes piolas para los pendejos,
y que sobre algo para guardar
porque nos vamos poniendo viejos.
Un pregón de plaza y marcha,
los trapos, las consignas,
y la frente alta;
mirá cómo viene esa columna,
mirá cómo avanza,
mirá cómo grita, mirá cómo salta,
mirá cómo canta.
Mirá cómo todo es fiesta, ay mamita santa,
mirá cómo vuelve la historia linda de esta patria,
mirá cómo hace falta.
Un pregón que cruce de esquina a esquina,
en las charlas de verdulería,
los anuncios oficiales en boca de las vecinas,
a la salida de la escuela,
se lo cuenta la maestra a la abuela,
en la obra, entre balde y maza,
en la panadería desde bien temprano mientras se amasa,
en el club del barrio cortando el pasto, marcando la cancha.
Un pregón que viene con el viento,
con los pájaros,
con la luz del sol, con la noche,
con la risa de los contentos.
Un pregón que anuncie el paraíso,
el edén completo
no el arado y la semilla, no la planta sola,
queremos los frutos, queremos las flores.
Pan, techo y trabajo, no;
no sean cagones:
entrada, principal y postre,
patio con pileta,
aguinaldo y vacaciones.
Asadores llenos,
y reposeras.
Una fiesta de alegrías y panzas llenas, la vida entera.
Menos que eso, habiendo tanto, es rendir nuestras banderas.