Por Fer Vélez.
Pretender hacerlo bien y fallar en el intento o no darse por enterado. Eso es lo que nos pasa casi siempre cuando parece que empezamos a tomar conciencia de cosas que repetimos sin darnos cuenta. Inconsciente le dicen. Cuando eso es social le dicen inconsciente colectivo, de a muchos, de a varios, de a un montón, de a miles, de a millones.
Cuando algo puede salir mal, va a salir mal dice la Ley de Murphy. Así fue mi tarde el otro día. Una concatenación de desencuentros fortuitos mal elaborados pero bien ejecutados con toda precisión para que toda la organización se perdiera. Se fuera todo a la mierda.
Así es como llegué a un depósito enorme de una maderera camino a Alta Gracia para buscar un material. Luego de una prolongada espera me dijeron que el material no estaba, lo habían mandado a Villa Allende. Me quedé de cara mirando el sol que se ponía. Ni me enojé, miré la hora y saqué las cuentas que llegaba tarde a todos los lugares que había planificado para ir después. Todo iba a estar cerrado.
Me apoyé en el auto y me quedé mirando el enorme playón vacío donde correteaba una nena de unos cuatro años. El empleado que me tenía que buscar el material atendía a la madre de la niña, una joven de no más de veinticinco años. Por lo que pude entender se había olvidado una mochila en el lugar y el empleado se la estaba devolviendo. Ella se mostraba muy agradecida. Era una bondadosa escena que ayudó a que mi frustración se diluyera aún más. La niña corría con la torpeza propia de la edad. Daba vueltas a unas cajas envueltas en nylon que estaban dispuestas en grupo mientras su madre charlaba. En un momento desapareció de la vista de todos. Del grupo de depósitos del frente salió una mulita cargada a buena velocidad. Busqué la niña con mi vista, no la encontré. La madre seguía hablando con el muchacho. Me impacienté. La mulita avanzaba cuando vi la sombra. Pegué un grito de cuidado al operador de la mulita. No me oyó.
En ese instante surcaba el cielo un avión de guerra. El muchacho y la mujer levantaron la vista para verlo pasar, el operador de la mulita también. La niña que corría en dirección a su destino fatal también. Todo se detuvo. Como un espectador me quedé viendo toda la situación. El operador de la mulita vió mis ademanes y frenó. La madre terminó por saludar al muchacho y buscó a su hija con la mirada. No la encontró. La niña salió de atrás de una caja, tropezó y cayó al piso del playón. Se levantó una mini polvareda. La madre la levantó, le pegó un chirlo y le colocó la mochilita del jardín de infantes. Cuando pasaron al lado mío la venía retando. Escuché lo siguiente:
-¡No tenés que andar así! ¡No parecés una nena!
-¿Qué mami?
-Que no parecés una nena… ¡Parecés un varón!