El Cronista de la Sed

¡Lo tenés que leer!

18-11-2018 / El Cronista de la Sed, Lecturas
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Una novela publicada en 1972 cuya edición desapareció casi por completo al estallar una bomba el 24 de marzo de 1976. Aquí una historia sobre «Aiveremos», contada por el hijo del autor.


¡Lo tenés que leer!

Por Fer Vélez.

Por razones que desconozco, desde pequeño he tenido resistencia a leer libros. Me cuesta. Son una subida empinada para la bici y me faltan los cambios de marcha.

Sin embargo me gusta verlos. Incluso tengo una pequeña biblioteca seleccionada de autores consagrados y otros que pocos tienen. No he leído casi ninguno. Ahí están, llenos de tierra, haciéndome compañía. Siempre están en silencio mientras veo la tele. Ese mismo destino ha tenido el libro de mi padre: «Aiveremos». Varias veces lo agarré y quise comenzar su lectura. No pude. Es curioso lo que sucede ahora con ese libro en mi vida. Sin proponérmelo estoy embarcado en su reedición junto a grupo extraordinario de personas. Desde el lunes lo tengo listo en mis manos. Cuando Ramiro me lo entregó me emocioné al ver su alegría dibujada en el rostro en forma de dentadura resplandeciente. El angosto despacho del editor se transformó, se borraron los límites de las paredes y el espacio se hizo infinito y blanco, todo por la luz de sus dientes. Me emocioné. Hice fuerza pero mis ojos brillaron. Le agradecí y nos abrazamos.

-¿Lo leíste? -me preguntó.

Lo miré y guardé silencio. Ayer estuve repartiendo libros entre algunos periodistas. En uno de los lugares me encontré con Silvia, una amiga incondicional y la responsable de todo el proceso de recuperación digital del libro. Es una de esas personas que saben que los fantasmas forman parte de esta realidad y que no son supercherías.

Luego de conversar unos minutos preguntó:

-¿Y? ¿Lo leíste?

Me dio gracia y solté una carcajada.

-¡No! -dije entre risas.

Nos abrazamos y me fui a seguir repartiendo libros. Hoy tuve una reunión en un museo. Fuimos con mi socio Martín hasta el centro. Mientras manejaba me preguntó:

-¿Y? ¿Lo leíste?

Sin sacar la vista de los vehículos que me rodeaban, secamente le respondí que no. Al terminar la reunión salí a la calle, doblé en la esquina y comencé a leer mensajes en el celular. El sol de la siesta me pegaba de frente. “¡Fer!”, gritaron. Frené y me di vuelta, era Gastón que estaba sentado en una mesa de un bar con otra persona.

-Vi lo del libro de tu viejo. ¡Qué historia!

-¡Sí Gastón! Mirá en lo que ando…

Saqué un libro de la mochila y se lo mostré, conversamos sobre los sucesos que rodearon a la edición original del libro.

-Que loco, ¿no? ¿Es cierto que no lo leíste?” -preguntó y comencé a reír nuevamente.

-Parece un maleficio -le dije entre risas.

Ahora estoy escribiendo esto después de revisar mi Facebook. Al ver los mensajes me encontré con uno de una persona que no tenía idea de quién era. Me preguntó si era hijo de Pocho Vélez. Le dije que sí. Me contó que nosotros jugábamos juntos de niños en Lomitas Blancas, el caserío de Santiago del Estero donde nació mi padre. Intenté recordar algo de lo que decía pero no pude. Ninguna imagen vino a mi mente, no recordé haber jugado con ella. Me nombró a mis tías y mi tío muerto. Aparecieron imágenes de mi niñez con mis tíos, cabras y mucho calor, pero ella siguió sin aparecer. Me preguntó por mi padre, mi madre y Marcelo, mi hermano. Le dije que están muy bien para la edad que tienen. «Joya», le dije. Le conté que mi hermano está en China. Me preguntó si era cierto que mi padre había sido maestro de escuela y le respondí que sí.

-Fue director en el Pozo Grande de Ambargasta -detallé y se sorprendió.

-Yo vivo en Pozo Grande, mi nombre es Gladys. Te cuento algo. Vos sabés que mi abuela nos prohibió leer el libro de Pocho.

Le dije que no me extrañaba, que mi viejo se había ganado la enemistad de buena parte de la familia con el libro. Al leer lo que le estaba escribiendo a Gladys, me puse a pensar en mí mismo. Estaba contestando como si hubiera leído la novela. Me sentí unido a Gladys, vi un hilo invisible en la charla.

Por distintos motivos, la lectura de «Aiveremos» nos estaba negada. Sin decirle que yo no había leído el libro, le escribí suelto de cuerpo en el renglón vacío del chat:

-¡Lo tenés que leer!