El cronista de la sed

El milagro

12-08-2018 / El Cronista de la Sed, Lecturas
Etiquetas: ,

Un oscuro pasadizo camino de la ventanilla que vaciará otra vez los bolsillos del mes puede ofrecer personajes dignos de una película de Gaspar Noé, o semblantes alumbrados por una pantalla de celular.


El milagro

Por Fer Velez.

Hoy me puse así, milagrero, milagroso, melindroso. Cuando me pongo así interpreto todo como un milagro
y le doy gracias a la divina providencia y a San Cayetano.

Hace unos días que estoy en cama con gripe o algo así, capaz que sea sida, no sé. Me levanté de la cama para pagar cuentas, el teléfono fijo y el celular antes que me los corten. Busque el pagadero más cercano y fui decidido a poner
la cabeza en la guillotina.

Fui a un Carrefour cercano, que tiene una especie de mall. Cuando se ingresa hay que llegar hasta el supermercado porque las ventanillas donde se quedan tus billetes están al frente de las cajas. Para llegar hay un atajo bizarro, sucio, que te ahorra como cuarenta metros de caminata. Siempre lo tomo porque sigo los #Macritips del presidente y es lo único que puedo ahorrar.

El atajo en cuestión es un pasadizo entre los baños de los clientes y del personal. Casi nadie pasa por ahí. Encaré derecho y a la distancia pude ver a un hombre vestido como operario, ordenanza, obrero, algo así. A medida que me acercaba pude ver que se trataba de un hombre de mi edad o mayor, de unos sesenta años. El tipo tenía en sus manos un celular grande que le iluminaba la cara mientras leía a una distancia propia de alguien con presbicia.

El cuerpo del hombre se contorsionaba en espasmos. Pensé que era tos y me dispuse a taparme la cara con la gorra de policía que siempre llevo. Pero no. El cuerpo del hombre y su cabeza y su cara y sus ojos se reían.

Seguí caminando hacia él y pensé que se reía de un meme, de un video, de un chiste o algo así. El hombre se reía solo. Ahí, en ese pasadizo mal oliente del supermercado francés. Fue tan contagioso que me empecé a reír sólo a las carcajadas.

El tipo no levantaba la vista del teléfono. Al pasar a su lado le dije con voz fuerte:

-¡Amigo! ¡El humor nos salva!

El hombre quitó la vista momentáneamente de la pantalla y me miró con cara de asombro. Sus ojos brillaban de inocencia y picardía:

-¡Si señor! ¡Así es!