
Por Luciano Debanne.
Olvido los besos, los sabores, algunas veredas y los libros que leí.
Los atardeceres, la voz de los muertos, los cumpleaños, casi todos los nombres, las deudas contraídas y los deudores.
Olvido los atardeceres melancólicos y gozosos de la soledad, las esquelas de amor escritas detrás de las postales, los museos, las películas que son de pensar.
Los números oficiales, las letras de las canciones y sus melodías, lo hecho y buena parte de lo que debería hacer.
Olvido los momentos preciados, ocultos tras un velo de puro presente. Y los trazos persistentes del miedo y el dolor.
Las charlas en los viajes y en los pasillos y en las noches en que todo está hecho de palabras.
Y sin embargo, está todo ahí.
Al acecho.