Por Luciano Debanne.
Acá en las brillantes ciudades del año 2021, entre vidrieras y drones y pantallas con luces de colores microscópicas, es fácil olvidarse del largo camino de la oligarquía, sus lugartenientes, esbirros y lameculos.
Es fácil creer que las gigantescas penurias, calamidades y tragedias, las atrocidades cometidas y las luchas para imponer la dignidad, la vida, la justicia y la mínima hermandad son siquiera remotamente equiparables a una discusión entre seis pelafustanes que gritan en cámara mientras un conductor sigue por un auricular el rating minuto a minuto para ver si envalentona el debate o corta con una publicidad sobre el último producto diseñado para lavarse el traste y que te quede suave y sin olor.
Acá en las ciudades donde cómodamente opinamos, votamos, militamos, damos like y analizamos los retweets y decimos «hacerle el juego a la derecha», o «no vuelven más», o juntamos ropa que ya no usamos para los cagados de frío, es fácil olvidarse de los quemados vivos, de las violadas bajo el derecho de pernada, de los muertos de hambre, de los asesinados de cansancio de trabajar sin agua ni comida en parajes extraños y a punta de pistola, de los obligados a migrar a pie con sus hijos muriéndoseles en las manos, de las niñas que lavan ropa y casas y deseos líbidos de patrones hasta hacerse ancianas de treinta y pico, de las mutilaciones, las marcas a fuego y hierro, de las cadenas y los cuerpos descuartizados a lonjazos o a tiro de caballo. De las quemadas vivas en medio del frío del desierto una y otra vez hasta que sean ya parte de las pesadillas colectivas para todas las generaciones que siguen. De los exhibidos como animales o piezas de museo, de los lobotomizados, sodomizados, medicados hasta su exterminio. De las obligadas a poner las manos en el patrullero mientras las tocan, de los obligados a cruzar ríos helados a nado hasta la asfixia, de los humillados para escarnio colectivo, de los torturados frente a los ojos de sus hijos y de los hijos torturados frente a sus ojos, de los envenenados desde el vientre, de las abandonadas por partes en bolsas negras y dispersas, de los tirados en una zanja, de los obligados a correr escapando hasta morirse, de los reventados y las atroces banalidades que diariamente diseña, comete y difunde la oligarquía, sus lugartenientes, esbirros y lameculos.
Acá en las ciudades del año 2021 donde todo parece lejano, ajeno, anterior, es fácil olvidarse de los millones de huesos gimientes y fantasmales sobre los que se construyen e inauguran nuestras calles asfaltadas luego de apisonar bien la tierra para que no salga el hedor.
Cada vez que uno mira la cara de un oligarca vestido con su campera moderna, su dentadura blanqueada, sus uñas hechas y su vocabulario locuaz alabando las inversiones, debería imaginarlo sobre uno de los caballos que descuartizaron a Tupac Amaru tirando de sus extremidades atadas con una cuerda gruesa a la silla de montar, cabalgando en las cuatro direcciones.
Cada vez que uno ve a una precandidata con su baño de queratina congratulándose por sus nuevas viejas propuestas de seguridad debería imaginarla metiendo picana en la vagina a una embarazada atada sobre un elástico de metal.
Cada vez que uno escucha a alguien defender hasta el linchamiento de un indefenso a puño y patada su derecho a tener un celular, mientras te pasa la soda en un almuerzo familiar, uno debería imaginarse el olor de la carne quemada o podrida de morirse al sol en las bocas de las minas que perforan la tierra en busca de riquezas para los más ricos.
Cada vez que uno vea a un periodista, a un actor, a una conductora azuzando el beneplácito general para con los dueños de todo uno debería ser capaz de recordar a los que mueren de frío, sin saberlo, envueltos como están en el hambre, el miedo y la desesperación.
Oligarcas, lugartenientes, esbirros y lameculos.
Es fácil olvidar en nuestras ciudades del año 2021, que eso que dicen livianamente está plagado de tragedias, de violencias, de dolor.
Eso te piden que avales, que elijas, que votes, que compartas mientras sonríen en los carteles y en los portales de noticias. Eso está en juego cada día aunque sea fácil, en nuestras ciudades del año 2021, percibirlo como una exageración.