Por Luciano Debanne.
Atrás de todo siempre están los negros.
Negros, tostados y marrones.
Todo el engranaje del mundo, desde que Europa consolidó su poderío imperial hasta hoy, con los imperios mudados al otro lado del océano, está construido sobre el lomo esclavizado de los negros. Todo.
Incluso hoy ese legado de oprobio, discriminación, racismo y violencia, es el motor del mundo.
Tiene otras caras, a veces. A veces, muchas, es exactamente igual desde hace siglos.
Miren las riquezas del mundo y pregúntense de dónde surgen, cuál es su origen histórico, cuál es su condición de posibilidad.
Miren las manchas de pobreza. Miren los números de la miseria y asígnenles una piel, un pelo, un cuerpo, un color.
Negros, tostados y marrones.
Hoy, ahora mismo, entre naves espaciales, procesadores super eficaces, cirugías extraordinarias, comodidades jamás soñadas y algoritmos capaces de surfear sin mayores problemas sobre millones y millones de datos digitalizados, incluso hoy, se siente el olor de la transpiración, la sangre, la carne gangrenada y los gritos torturados de millones y millones de personas negras, tostadas y marrones, obligadas a trabajar a destajo para que el resto trabaje menos y goce más.
La sangre negra navegando en los pobres del mundo, en los parias, en los rotos, en los que siguen siendo esclavizados, mancillados, obligados a vivir mal para que otros puedan vivir mejor. Y más barato.
La industria donde se fabrica el futuro no funciona con robots, como quieren hacernos creer los columnistas que promocionan maquinitas HD, funciona, sigue funcionando, con esclavos.
Esclavos negros, tostados y marrones.
De eso están hechas las brillantes luces claras que vemos cuando abrimos internet para leer las noticias sobre violencia policial allá lejos, y acá cerquita nomás.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
