Por Garba.
¿Conocen el cuento de la sopa de piedra?
Érase un soldado que volvía de la guerra con hambre y harapos y llegaba a un pueblo pobre arrasado por las pestes y los coletazos de una batalla que había sucedido lejos, pero como una bomba, había diezmado al poblado con sus esquirlas.
El cuento cuenta que el hombre, extranjero y misterioso, no pidió comida sino una olla.
Y en ella puso una piedra contándole a quien quisiera escuchar que con ella cocinaría la mejor sopa, la más deliciosa.
Claro que se podía mejorar si…
¿Adivinaron?
Cada quien puso lo poco y al final de la historia tomaron de ella.
En estas historias aparentemente altruistas se esconde la intención de que siempre la solución dependa de más abajo. Y esto es una porquería.
Lo que el cuento nunca contó es que los oficiales de aquel soldado, que lo abandonaron a su suerte, siguieron tomando en cuchara de plata.
Pero es que nos encanta imaginar que con nada podremos hacer un muñeco de nieve y nos falta la nieve, el frío y hasta la zanahoria.
Me gusta pensar que en la vida, como en los cuentos, alguna vez, la piedra queda del lado de adentro del castillo y el carro con comida rompe una de sus ruedas en el bosque donde viven los nadies.
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