Con Permiso

Minas y Escobas

23-02-2020 / Con Permiso, Lecturas
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Allá por 1907, los alquileres en Buenos Aires eran imposibles. Cientos de mujeres con sus hijos a cuestas encabezaron la resistencia a los desalojos. Más que una huelga, como se la conoció, eso fue una batalla.


Minas y Escobas

Por Luciano Debanne.

Corría el año 1907. Las familias migrantes se amontonaban en las ciudades. Vivían como podían en piezas de grandes casas que, en Buenos Aires, habían sido abandonadas por las familias ricas unos años antes en su huida a las afueras, tras una epidemia de fiebre amarilla.

Eran ciudades de extranjeros pobres y conventillos, sin desagües ni cloacas, ni buenos trabajos, hacinadas y tristes. Cólera, paludismo, infecciones y violencia de todos los colores.

La vida era ruidosa, ajustada, dura y amuchaba dificultades no sólo en las letras de los tangos, que desde hacía unos años mezclaban ritmos y melodías del mundo a medida que se desparramaban por el barro de las calles, las piezas y los tugurios orilleros.

Allá por agosto el gobierno subió los impuestos a lo chancho y los dueños de los conventillos trasladaron, vaya novedad, el ajuste a los inquilino.

Los alquileres eran imposibles, había que elegir entre el pan para los chicos o el techo. La vida se tornó insostenible.

Pero, se sabe, cuando todo está en riesgo aparece una mujer. De manera más o menos espontánea las minas se negaron a ser desalojadas.

Ciento treinta y siete piezas dicen que tenía el conventillo de la calle Ituzaingó al 279, allá en Buenos Aires. Ahí empezó la bronca que marcó un hito en la lucha por el derecho a la vivienda.

Cientos de mujeres con sus hijos a cuestas encabezaron la resistencia a los desalojos. A escobazos sacaban a quienes venían a sacarlas: abogados, escribanos, jueces, y ratis. A escobazos.

Las minas decidieron que nadie dejaría a sus familias sin casa, porque donde hay una necesidad nace un derecho. Se la conoció como la Huelga de las Escobas.

En La Boca se prendió la mecha que fue estallando primero en otros barrios y pronto en otras ciudades. Al poco tiempo miles de conventillos de toda la Argentina estaban en pie de guerra.

Frente a los desalojadores las minas arrojaban el agua con mierda y meada que se juntaba puertas adentro, o agua hirviendo calentada en los grandes calderos que se usaban para comer y bañarse. A eso se sumaban barricadas hechas de cascotes y palos. Y escobas, cada vez más escobas.

Minas y escobas y la pura pobreza. Nada más. En la calle como en la casa.

De un lado minas, minas organizadas, claro; socialistas y anarquistas principalmente, junto a algunos aliados. Del otro lado ejecuciones gubernamentales, balas y sablazos.

Más que una huelga, eso fue una batalla.

Como es costumbre en la historia de los pobres, allí donde la organización era más fuerte los desalojos pudieron ser detenidos, en muchas otras partes los miserables de siempre avanzaron con violencia y saña. Al final algunas cosas se ganaron, otras no.

Minas y escobas. Y conventillos pobres. Parece que de ahí viene el uso peyorativo que hacemos de la palabra «conventilleras».

Habla de esas mujeres que no se dejaron echar.