Con permiso

Un huracán

10-03-2019 / Con Permiso, Lecturas
Etiquetas: ,

Algo así habrán pensado las señoras de la aristocracia sensible, los socialistas, las autoridades municipales, los dueños de las fábricas, los sindicalistas, los médicos, los patrones, los editores, su propio corazón.


Un huracán

Por Luciano Debanne.

Pegó un grito lleno de tos y sangre y vida. El primer grito. El primer aliento.

Esa francesita vino al mundo muy hembra y los Laperrière, una familia europea de alcurnia, decidieron llamarla Gabriela.

En la pared de aquel hospital de Burdeos el calendario, todavía nuevo, del año 1866, marca el 7 de marzo.

Los memoriosos cuentan que por esos días un huracán sacudió Buenos Aires. Algunos dirán que era una premonición; que ese nacimiento desató una tormenta inesperada en una Buenos Aires que ya se presentía urbana y fabril. Y llena de desahuciados.

Algunos podrían decir que ese huracán era metáfora anticipatoria de la llegada de Gabriela a estas tierras americanas, con sus 20 años y su marido argentino conocido en París.

Anticipación del revuelo que causaría Gabriela Laperriére: feminista, pacifista, socialista, gremialista. Maestra, socióloga, dramaturga, novelista, periodista, traductora, funcionaria. Rompe huevos en la masculina sociedad porteña del 1900.

Es un huracán, habrán pensado las señoras de la aristocracia sensible que escuchaban sus arengas contra la guerra fratricida con Chile, hasta formar la Liga Americana de Mujeres para la Paz y el Progreso.

Es un huracán, habrán pensado los socialistas que escucharon el primer discurso dicho por una mujer en un acto socialista; con el Doctor Alfredo Palacios a su lado, sonriendo bajo su bigote optimista, luego de fundar el Centro Feminista Socialista.

Es un huracán, habrán pensado las autoridades municipales que la vieron entregar sus informes sobre las condiciones infrahumanas a las que estaban sometidas las mujeres obreras y sus criaturas en esa Buenos Aires aún más horrible que hoy.

Es un huracán, habrán pensado los dueños de las fábricas que veían cómo esa mujer hacía valer un cargo ad honorem de inspectora de fábricas -dado por el gobierno de turno para que se deje de romper las pelotas- y se metía en las líneas de producción y hablaba con las minas, con los niños y las niñas, y anotaba, y anotaba, y anotaba.

Es un huracán, habrán pensado los prestigiosos médicos de la Sociedad Médica, todos doctores y ninguno doctora, enfrentados a sus numerosos y fundamentados informes sobre tuberculosis, escuchando sus propuestas sobre salud pública, leyendo el Proyecto de Ley de Protección del Trabajo de las Mujeres y los Niños en las Fábricas, en el que se basarían después las primeras leyes al respecto.

Es un huracán, habrán pensado los sindicalistas que la siguieron cuando abandonó el Partido Socialista porque atrasaba en la lucha y se pasó a las filas gremiales para dar las batallas que le parecía que había que dar.

Es un huracán, habrán pensado los patrones cuando llevaba adelante las negociaciones en nombre de las obreras alpargateras, junto a la Unión Gremial Femenina.

Es un huracán, habrán pensado sus editores, sus jefes de redacción, sus lectores de confianza que pudieron leer el borrador de «Triunfando», una obra de teatro sobre la lucha de las alpargateras, o la novela «Clavel del Aire», o sus notas en La Nación denunciando la tuberculosis y todo lo que había que denunciar.

Es un huracán, habrá pensado su corazón, que no pudo con su ritmo y su fuego, y se rompió para siempre a los 40 años, cuando apenas empezaba el nuevo siglo que ella había ayudado a cimentar.

Dicen los memoriosos que no fue el mismo 7 de marzo de 1866 en que Gabriela Laperrière pegó su primer grito, dicen que el huracán pasó por Buenos Aires algunos días después.

Para mí eso no significa nada. Es que así son algunas de estas cosas: empiezan antes de que cualquiera se dé cuenta de que ya están en marcha, y cuando llegan ya no hay vuelta atrás.

Sino mírenla a Gabriela Laperrière, una francesita de cuna noble, caminando con lágrimas en los ojos e indignación en el pecho por entre las injusticias argentinas; miren a esa minita ahí, que empezó a cambiar el mundo sin que nadie se dé cuenta.

Como un huracán, que empieza con una brisa corriente su marcha irrefrenable.