Por Luciano Debanne.
Y así empieza a terminar este año, con esta parsimonia de domingo hecha de cuerpos cansados, desahuciados, asustados, resacosos, hambreados de futuro, o empachados de pura ilusión.
Los motivos que explican la lejanía entre el presente que tenemos y el horizonte de nuestros sueños está en debate.
Pero que nada fue como debía, no hay quien lo discuta.
La inmensa distancia que separa a quienes hoy se pueden permitir la esperanza de quienes se acurrucan frente al terror de su desesperación es la única grieta a salvar.
Frente a este abismo, el resto de las tribulaciones huelen a que les falta algo: como una navidad demasiada atea, donde ya no está muy claro qué cosa había que celebrar.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
