Por Luciano Debanne.
Ilustración: Daniel «Pito» Campos.
A la hora en que todavía no se activa la efeméride,
en el limbo entre la última noche y la primera madrugada,
cuando en las periferias de los barrios solo el fantasma
de los colectivos últimos primeros cruzan su ruido de motores con el canto de los gallos iniciales,
cuando todavía duerme el pájaro en el nido aunque afuera reina el gato,
cuando la humedad de la tierra tensa su permanencia y presume su ascenso,
y se tambalean los borrachos de la vuelta,
y se entregan al casi amor los amantes ocasionales,
y las niñas sueñan sus mejores sueños y los niños también,
a la hora de los porteros, los panaderos, la guardia,
cuando las luces led del alumbrado público acarician el cadáver de los autos estacionados en la vereda,
y la semilla rompe en tallo, imperceptible a los ojos del mundo,
en la tapia entre el día pasado y el porvenir,
justo ahí.
Notas relacionadas
Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
