Con permiso

Enemigos

18-08-2019 / Con Permiso, Lecturas
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Lo persiguen, humillan, intentan matarlo, lo obligan al exilio y a cagarse de hambre en la lejana Europa. En ese orden. Y en otros órdenes también. Sin embargo nadie puede negar su existencia.


Enemigos

Por Luciano Debanne.

A San Martín lo acusan de traicionar a la patria. Lo acusan los mismos que lo acusarían hoy.

Todavía nadie hablaba de PBI, pero usan una unidad de medida por todos conocida en esa época: dicen que se robó un ejército completo.

Pero no lo había robado, en realidad lo tomó prestado. Lo necesitaba para liberar media América.

Le pareció que era mejor usarlo para eso que para atacar a las montoneras federales que no quisieron dejarse gobernar por las oligarquías de Buenos Aires: “Mi sable jamás sería desenvainado para combatir a mis compatriotas”, escribió. «Váyanse a cagar», habrá agregado al firmar la carta.

Se roba un ejercito completo y libera dos o tres países. Ya está hecho, piensa San Martín, y vuelve cubierto de gloria y de libertad. Qué van a hacer, no le pueden decir nada…

Igual no se lo van a perdonar.

Hay poderes cortos y poderes largos. Los poderes cortos son oportunistas y pragmáticos: toman lo que pueden y hacen lo que alcanzan. Las victorias son explosivas, rompen cosas, dejan marca, calan hondo, pero duran poco.

Los poderes largos aceptan las derrotas parciales con calma, pacientemente. Esperan el momento. Si miran hoy alrededor seguro ven ejemplos de lo que les digo. Siguen ahí.

San Martín tiene enemigos, enemigos que no combate con las armas, enemigos políticos. Enemigos que saben esperar. Y esperan. Ni siquiera esperan mucho.

Finalmente lo persiguen, humillan, intentan matarlo, lo obligan al exilio y a cagarse de hambre en la lejana Europa. En ese orden. Y en otros órdenes también.

Hace un par de intentos por volver. No se puede, aunque acá hay una banda amiga que le aguanta el corazón, sus enemigos son fuertes. Poderes largos.

Sin embargo nadie puede negar su existencia. Es una molestia del pasado que les caga el futuro.

Entonces la oligarquía encuentra el modo de resolver el problema: después de que está bien muerto, escriben su historia. Agarran y se encargan de ser ellos quienes cuenten qué pasó y qué está pasando.

Ahí aprenden algo. Aprenden a escribir. Y sólo después de eso nos enseñaron a leer.

La historia de San Martín, la que lo muestra como un héroe bueno, un abuelito de pelo cano que se fue a morir a Europa, como un jubilado que se fue a darle de comer a las palomas bajo su propia estatua, la imagen de un San Martín sin conflictos con nadie, la de Billiken, la escribió Mitre, el fundador del diario La Nación.

Si fuera hoy la escribiría en cuadernos, igualito que hacen ahora.

Aunque para San Martín probablemente hubieran usado cuadernos Rivadavia.

Así de soretes son.