Por Luciano Debanne.
Hay un diciembre sobando los días con su calor, y su hastío, y su cansancio de principio del fin.
Un diciembre en las veredas rotas y los negocios vacíos, en las calles con charcos podridos e hirvientes, en las plazas arrasadas por el sol.
Hay un diciembre en los barrios y las esquinas, en las peatonales y en las pantallas de trabajar y hacer sociales.
Un diciembre en los velorios y los reclamos, en los comedores y las escuelas y el dispensario con sus paredes pintadas para disimular.
Hay un diciembre en los poemas, en las conversaciones familiares encerradas en sus propios temas, en las propagandas, en las primeras señales de una navidad que no sabe si venir o no.
Hay un diciembre en las panzas y las cabezas y entre los primeros ardores de un año que no acaba de irse y un año que no acaba de nacer.
Notas relacionadas
Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
