Por Luciano Debanne.
El futuro está, amasándose, bajo los tinglados acanaletados de los salones barriales.
Bajo el vaivén de las chapas en los salones de pueblo.
Lejos, demasiado quizás, de las oficinas, los canales de televisión y las redes sociales que usan quienes creen que discuten algo cuando en realidad solo agitan fantasmas, como telarañas.
No es que allí, en los saloncitos de bloques de cemento y ventanas baratas, todo sea ideal. Claro que no.
Pero en esas sillas plásticas, en esas banquetas mal trazadas, en ese calor de verano, o acunados en un tintineo de lluvia y gotera, bajo esa luz galponera y fluorescente, en esos pisos construidos por alguna gestión municipal, allí se cuece el futuro prístino de la patria.
Y digo Patria: bandera, himno, asunción de autoridades, pintada de trapos, salida a la marcha, carnaval y desfile, sonrisa niña, acto escolar.
Una vieja ordenando las compras y donaciones del merendero, una cooperativa repartiendo las herramientas y los billetitos, una reunión de orga vecinal, una ronda de pibes flasheando alguna, una directora usando un micrófono que anda mal.
Una puteada, una risa, una palabra común puesta a andar.
Y entonces, compañeros, compañeras, compatriotas… y entonces cómo no confiar.
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Las palabras que sepamos inventar
Comenzar otra vez, como la semilla, que trae en sí su pasado de flor, de rama, de tierra, de agua, de viento. Y entonces hay esperanzas. Nacerá de ahí el reparo del futuro, la sombra, el alimento, el oxígeno.
Vive naciendo
Rompe el presente al nacer, como se rompe la tierra bajo la fuerza inocente, poderosa, gentil, milagrosa, del brote.
