
Por Luciano Debanne.
Me contaron que la arawana es un bicho viejo. Me dicen que hace miles de años que anda por los ríos de Sudamérica. Bicho interesante la arawana: tiene la capacidad de dividir la mirada.
Pasa que la arawana come cosas que están afuera del agua. Entonces parece que desarrolló la capacidad de mirar, al mismo tiempo -eso es lo fabuloso, al mismo tiempo- la parte de arriba y la parte de abajo. El cielo y el fondo donde se mueve.
Pasa que todo el tiempo busca cosas que, en principio, parecieran fuera de su alcance, y entonces tiene que ser capaz de mirar más allá ¿entendés? Pero si pierde la atención del lugar donde está, se lo morfan o se estrola. De esa doble mirada depende su supervivencia.
Qué belleza ser capaz de mirar como la arawana. Quién pudiera…
Incuba su descendencia en la boca, la arawana, en la boca. Y sólo cuando es el momento, abre la boca y deja que salga de ella un cardumen de pequeños pececitos que nadan al mundo, a defenderse y abrirse paso. La jeta llena de vida. Pura poesía.
Algunos le dicen pez tigre o pez dragón, porque con la misma boca que da vida, mata ferozmente. A otros bichos mata, desde un grillo hasta un murciélago es capaz de morfar la arawana. ¿Sabes cómo hace? Sale del agua, salta y vuelve. Se alimenta y vuelve a su medio. Así sus días: entrar y salir, arriba y abajo, adentro y afuera.
Ahí anda la arawana nadando desde tiempos inmemoriales por los ríos barrosos de nuestra América; con su aspecto rústico, hasta monstruoso, para nuestras miradas fácilmente fascinadas por los peces payasos, tan coloridos, tan simpáticos, tan de moda, tan fáciles, tan amigos de las aguas claras y las fotos HD para el face, tan dignos de una película ATP con doblaje neutro y moraleja para gentes bien.
Así es la cosa con la arawana, el bicho que entendió que hay que atender simultáneamente la superficie y la profundidad, y cada tanto abrir la boca para llenar el mundo de vida.