
Por Luciano Debanne.
El enojo con los gobiernos es natural.
Y en un punto socialmente necesario para tensionar los desmadres del poder; que existen en todos los poderes, porque de carne somos y quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra y coso…
Ahora bien, el desacierto político es que ese enojo, esos enojos, termine siendo lo que te defina, la marca en el orillo por lo que el pueblo, la gente, o como quieras llamarlo, te nombra.
Ese enojo definitorio, definitivo, es tumba y olvido, fracaso y error.
Y el desacierto estratégico es dejar, alimentar, o hacer viable que ese enojo sea el articulador partidario, o electoral, de la oposición.
O sea, que en la balanza vos tenés que garantizar más alegrías que tristezas, más risas que enojos, más bienestar que pura mierda.
Y al mismo tiempo no dejar que los soretes se junten y hagan su desastre de mugre y hedor.
De todas formas, mierda va a haber igual, y hasta con ladrillos de mierda, nos recuerda el general.
Pero la mierda para ser ladrillo necesita más que pura mierda. Y el ladrillo para ser refugio, albergue, hogar, también.
Entre otras cosas el ladrillo necesita fuego.
Sino es pura mierda moldeada.
Y quedarse en el molde no alcanza para tapar el sol.
Después los enojos son naturales, porque no hay paraíso posible en este mundo de miserias y olvidos, tan capitalismo for ever, tan cipayo for export.
Mantener ese equilibrio desequilibrado a favor de la alegría del pueblo, y en contra de la tristeza y el dolor, esa es la tarea mágica de la política, su artesanía de palabra y hombros, su motivo, su cimiente, su razón.