El retén imposible

Leo Maslíah se presentó en Córdoba

26-09-2011 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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El enorme artista uruguayo estuvo entre nosotros. Además de estar, hizo lo que quiso en La Fábrica. Al hacer lo que quiso, deshizo las formas de estar de los que fueron a verlo hacer lo que quiso. Está crónica hizo lo que pudo.


Leo Maslíah se presentó en Córdoba

Por | redaccion351@gmail.com

Foto: Jorge Salto.

Un caballo de copas, un falso de oro (el mismísimo culo sucio) y un 6 de espadas. Hay que tener cara. Impostar cada músculo facial y afinar las cuerdas vocales para salvar la mano con semejante precariedad. Del otro lado hay señas de sobra. Hay para hacer primera, segunda y tercera. ¡Y cuarta si fuera necesario! Y quinta, y marcha atrás. Intentar escribir después de un recital de Leo Masliah para contar algo sobre lo que Leo Masliah hace cuando da un recital, es un propósito loable. En el promedio del segundo párrafo sobreviene la mejor idea de confesar que la escasez de recursos necesitará por lo menos piedad hasta el tercer párrafo, cuando la lectura alumbre el desproporcionado abismo que media entre la estolidez retozante del cronista y la copiosa creatividad y destreza del artista. En el contexto cruel del procesador de texto donde se pintan estos naipes, a un Alt-Tab de distancia, la contratapa de Feinmann, crónica de una noche luminosa que inicia en el Colón con la presentación de Sergio Tiempo y continúa en un restorán donde cronista y artista comparten diálogos como tauras que se empardan todo el apellido del pianista. De este lado, lo dicho: un caballo, un falso y un seis para rasguñar al menos un punto en la mentira contra quien pareciera jugar al truco al mejor de cinco. Leo Maslíah, artista grand slam. ¿Envido dijiste? Figúrese La Fábrica una vez más. Noche de un jueves. Los Biólogos precalientan las sonrisas. Set de improvisación teatral en el escenario; juegos de platos y cervezas en las mesas. Como dice Francis Mallmann, cierren los ojos y sueñen conmigo: unas papas fritas gordas (en homenaje a un “ex hito” de Maslíah), cortadas a cuchillo, doradas como la piel de Florinda Mesa en el Acapulco de los setenta, cuando grabaron esos capítulos del Chavo en que todos disfrutan de unas vacaciones pagadas por el Señor Barriga, convenientemente situado al borde de una piscina para ser empujado una y otra vez. Esas papas fritas, gordas como el Señor Barriga y doradas como la piel de Doña Florinda, salpimentadas y acompañadas con una cazuelita de cheddar caliente. Una delicia digna de la mejor cara de Rondamón, la que ponía cuando la vecina nueva le decía «Monchito». Fin de las papas fritas. De postre: Leo Maslíah. Qué imagen Maslíah de postre. Mejor: Leo Maslíah de sobremesa. Más fácil: de café concert. Hace un poco de calor, pero Leo viste camisa manga larga y chaleco. Con el seis de espadas en juego, simulando puntos, todavía hay margen para contar algo de lo que Maslíah parece, antes de intentar contar lo que hace. Hagamos de cuenta que no fue cerrajero para evitar concluir más temprano que tarde en que su apariencia tiene menos relación con su estupenda producción que con el oficio de las llaves. Además de con un cerrajero, Maslíah podría ser confundido con un oficinista; un cajero de banco; un ferretero; o el dueño de una casa de repuestos incunables, alguien que conoce los detalles de todos los modelos de autos, camionetas y tractores de las últimas cinco décadas. Después de buscar un retén imposible, los mismos colegas dirán: «Llegate hasta de Maslíah»; «No, esto no viene más… Maslíah debe tener todavía.”  ¿Bueno qué quiere? ¡Le dije que esto era puro espamento! Si usted fuera yo, no podría evitar leer el autorreportaje de Maslíah en su página web. Después de eso, vea si puede escribir un párrafo decente. No es fácil asumir los zanjones que no dejamos de agrandar con nuestros intentos de proponer un brote de observación presentable. Empantanados, escondamos la resignación de haber menguado en el esfuerzo por mejorar el alma y encaremos el texto como si sólo se tratara de no haber ligado nada. Con los dos puntos del envido envido no querido, se terminó. Resta contar sobre el recital con un caballo y un falso. El falso siempre molesta, siempre hace saltar algo grande. Veremos. La consabida austeridad gestual de Maslíah es su jugada inicial, como si dejara pasar la primera de la mano para entusiasmar a los parroquianos. Segundos después, los presentes inclinan sus torsos hacia adelante, los codos sobre los muslos, las cabezas prendidas como claveles del aire a la línea de media tensión, de corriente alterna, en que discurren obras propias y ajenas, desde un teclado detrás del cual Maslíah narra, canta y toca, no de costado (posición de uso común en el gremio de pianistas) sino de frente al público y al reflector, que le debe haber dado ganas de hacer un cambio de cabezas. Maslíah interpreta obras de sus discos y cuentos de sus libros. Su trabajo sobre el lenguaje es patológicamente genial. (Si se está preguntando qué quiere decir “patológicamente genial”, ¡hace bien!; ya que se lo pregunta, intente dar con alguna explicación; ¡tampoco me deje todo el trabajo a mí!). De su frente para adentro, toma cualquier situación infrecuente y la retuerce. Podríamos decir «desagrega», que sería académicamente correcto, pero nosotros ya tenemos unas papas fritas encantadoras  y un par de cervezas desagregándose en el espíritu. Mejor «retuerce». Porque si sólo desagregara, no causaría carcajadas. El humor germina en las torceduras del sentido. Pues bien, cuando el proceso baja desde la frente amplia de Maslíah y sale por su boca, atravesando cultísimos bigotes, hacia los discos y libros que nuestra cultura atesora desde hace más de treinta años, y ahora hacia las mesas de La Fábrica, se encuentra con la música que sale por sus dedos, luego de una vida de estudio, para lograr una forma de expresión primero inimitable; después, insuperable; finalmente inconcebible. ¿Cómo inconcebible? ¡Tiene que haber una forma de concebirlo! Posiblemente, pero el que avisa no traiciona: escribe con un caballo y un falso. Cerca de su multiprocesador de alimentos de acción interna, su exprimidora de canciones mezcla Eleanor Rigby, Macarena y el primer movimiento de la sinfonía 40 de Mozart. Antes, o después, el “Romance de orquesta del caño de escape”; “Caperucita roja” (contada sobre un preludio de Bach), y “El Cuervo”, obras del gran disco “Clásicos”; “La metamorfosis”, “Contemporáneo” y “Desmotivado”, del disco “Contemporáneo”; “Apagón” (“La oscuridad no me preocupa. Me preocupa la luz. La oscuridad es solamente ausencia de luz. Pero la ausencia sí me preocupa. La preocupación no. Me es indiferente. Sin embargo, la indiferencia me preocupa muchísimo. La considero una actitud vergonzosa. Aunque la vergüenza no me preocupa…”); “Buena noticia” y varias más. Si Maslíah tiene clásicos mayores a los que nombramos, eligió “Las clases de guitarra de la señorita Cunegunda López de García”, en el promedio del recital, y “Juntapuchos” para el final. Hay que resistir una idea al otro lado del Alt-Tab. “Usame… Usame…” Está bien. ¿Saben por qué Maslíah cuenta una historia hilarante montada en retruécanos y al mismo tiempo toca escalas como si las teclas de su piano fueran espejitos de un caleidoscopio que trizan nuestras formas habituales de comprender la literatura y la música? (es que me pareció que no van comas… Respire) ¿Saben por qué Maslíah acelera un relato mientras sus manos le cambian las sábanas a las armonías y le llevan el desayuno a la cama para después cachetearlas y atarlas a un prisma desesperante mientras el texto de la narración se apacigua entre algodones? ¿Saben por qué Maslíah hace lo que le dictamina su reverendo antojo con las palabras y los tonos sabiendo que eso que hace corre a bolsazos a todos los integrantes de la familia de significados que revolotean sobre la palabra “normalidad”? Porque puede. Un poquito más al final, después de comer algo con amigos, entre la gente, antes de partir, Maslíah regala a La Fábrica un ejemplar de “El crucero Yarará”, su último libro. En la dedicatoria se lee: “A Mariano, desde la línea de producción”. Con repasar su discografía, sus libros, sus trabajos junto a incontables formaciones de músicos, entendemos lo de la “línea de producción”. Maslíah es un obrero imponderable, un obrador descomunal. Alguien capaz de invertir las manos, cantar “Falta un vidrio” después del retruco y hacer valer las señas.