Entrevista

Mario Díaz. Camino al andar

29-04-2011 / Entrevistas
Etiquetas: ,

En una charla amable con el gran Mario Díaz, después de su presentación de “Nebbiero”, recorrimos los pasos de su camino de búsquedas por las raíces de nuestro folklore.


Mario Díaz. Camino al andar

Por | redaccion351@gmail.com

Es una tarde de sol en este otoño que nos ha prodigado tantas, hermosas todas, amables, de luz que se derrama oblicua sobre el marrón y amarillo de las hojas. Qué poco entendemos de toda esta belleza de hojas que se mueren para embellecernos las tardes. Indolentes, las barremos de las veredas que las han esperado todo el año. Las sentimos molestas, sucias, hay que barrerlas, dejar limpias las veredas como limpio dejamos el aire de la ciudad con nuestros autos, cada vez más autos, cada día más y más. Cada vez menos marrón de otoño, cada vez más marrón de smog, sin filtro, que no dejamos de fumar. Pero las veredas limpias de hojas, eso sí.

Panadería. Medias lunas y criollos. Embotellamiento. Casi cuarenta minutos para recorrer las 20 cuadras que separan al centro de un complejo en Barrio Juniors. En su casa, con el agua caliente, nos espera Mario Díaz. El primer gesto ha sido tan diferente a la indiferencia de otros, mejor olvidables. No hubo teléfonos celulares de por medio. Hay un mensaje de recepción en el contestador del teléfono fijo de Mario que pide a quien lo busca un número donde poder devolver el llamado. A las pocas horas, Mario llama, acepta una entrevista y propone su casa. Así de diferente.

Ya casi llegamos, un par de cigarrillos de smog y llegamos. Hasta que llegamos. Confirmamos todo lo imaginado: la hospitalidad, las paredes cubiertas de fotografías de Mario junto a sus queridos amigos, los poetas y compositores más decentes que ha dado la música popular argentina. Discos por todos los estantes. Artistas que se han muerto para poder estar en cualquier parte sin tener que viajar tanto y ahora están sentados en la sala que Mario ha dispuesto para su felicidad de entrecasa: hay guitarras, fotos, más discos, una computadora, ¡un winco!, una cama donde descansaron la noche amigos como Hamlet Lima Quintana, ahora sentado junto a otros que se hacen gracias mientras nos acomodamos para empezar. No te lo quisimos contar Mario, pero nos hemos tomado el atrevimiento de invitarlos a todos. No se ha negado ninguno. Para nuestra modesta vanidad, la flor de la vida de tantos que juegan a las escondidas, se agolpa en tu habitación de guitarras y partituras. Así que arranquemos. Vamos a hablar un poco de tu camino cubierto de hojas de otoño. Tenemos unos cuantos amargos por delante así que convidemos al lector, que sabrá perdonar las preguntas y agradecer las respuestas. Empecemos por la última presentación.

-Tu último disco es un homenaje a Litto Nebbia. Pero Litto tiene cientos y cientos de obras. Hay canciones del disco que no están en la primera fila de los clásicos. ¿Cómo cerró la selección?

En apariencia puede ser complicado. La obra de Nebbia debe estar alrededor de las mil canciones. Lo atractivo es que estas obras siempre han dialogado con distintos géneros. En general todas las obras están impregnadas de una climática bastante tanguera.  Las letras son muy existencialistas, pero claro, hay de distintas etapas, con metáforas que hay que desentrañar y otras con estilos más simples, pero no por eso menos contundentes.

-Todos los grandes artistas suelen atravesar etapas a veces muy diferentes, ¿no?

Litto tiene una etapa de una gran intelectualización, que va del 73 al 77, cuando tenía el trío con Néstor Astarita y Jorge González, donde hacía obras integrales, como “Cosas que no quieren morir” o “El bazar de los milagros” que está inspirado en “Tienda de los milagros”, de Jorge Amado.  Bueno, todo este panorama puede parecer complicado, pero para mí no lo fue, porque hay canciones que siempre me han gustado mucho. Algunas las resigné porque están muy transitadas. Otras las tomé porque para mí tienen un significado. Como decía Serrat, la música es la banda sonora de la película de nuestras vidas.

-Que generalmente comienza con la discoteca de la infancia, con los discos de nuestros padres. Además de Los Gatos, seguramente estaban Los Beatles.

Claro… De cualquier modo, mis viejos no fueron músicos. A mi madre, como a toda señorita de pueblo, la mandaron a estudiar piano. Mi viejo estudió violín, pero nunca vi esos instrumentos en casa ni tampoco escuché a mis viejos tocarlos. Pero además estaba el tío Lalo, que una vez tuvo la posibilidad de tocar ante Pugliese. La vena tal vez pudo haber venido por ese lado. Si bien en casa había una gran afición por escuchar música y por la lectura.

-¿Dónde te compraste tus primeros discos? Estabas en Huinca Renancó.

Había una tienda de discos que entre otras cosas… ¡tenía una propaladora! Mi viejo, por otro lado, tenía una semillería y viajaba, entonces me traía discos de Río Cuarto. Me acuerdo que los primeros discos eran de colores, uno azul y otro amarillo, de donde salía una voz desaforada cantando “Don Quinoto plancha y plancha y Quinota quita mancha, Quinotina hace el reparto y la ayuda Quinotín!” (carcajada de Hamlet y Suma). Y otra de un perro salchicha… Deben estar por ahí. Mi abuela paterna, que vivía con nosotros, me había regalado un silloncito de caña. Recuerdo que me sentaba frente al tocadiscos a mirar. ¡No entendía dónde estaban los músicos! Bueno ahí estaban Los Gatos, la Negra Sosa…

-¿Cuándo aparece la guitarra?

Aparece más tarde. Primero tocaba el bombo. Empecé a estudiar guitarra después con un profesor y después seguí solo. Siempre lo hice con afición pero nunca dejaba de ser un hobbie, porque siempre está el mandato. Hay una necesidad de los viejos de buscar una seguridad. No importa tanto que seas feliz sino que tengas un pasar económico holgado. La música era sinónimo de un montón de cosas que no se relacionaban con eso. Yo me vine a Córdoba, empecé a estudiar derecho y para mi suerte, como digo siempre, el derecho se torció ahí nomás. Empecé a integrar coros, a arreglar, a buscarle la vuelta.Vivía solo en una pensión, cada tanto volvía al pueblo y había que exponer resultados. Era muy angustiante porque había que desdoblarse para hacer lo que uno quería y al mismo tiempo había que cumplir con el mandato.

-Pero hubo un momento puntual en que tus viejos se dieron cuenta de que la cosa rumbeaba para la música inevitablemente.

Bueno, tenía un grupo. Nos presentábamos en concursos, ganamos varios. Eran eventos menores pero interesantes como estímulo. Pero luego gané el Pre Cosquín. Ahí de algún modo comienzo profesionalmente con la música. Me empieza a llegar trabajo de todos lados. Empiezo a tocar en un lado, en otro, hago singles, conozco a los Ingaramo, toco con los Músicos del Centro, que es la banda que Nebbia saca de Córdoba. Músicos que incluso se fueron al exterior como el Pelusa Navarro, que está en Miami.

-Bueno, vos tuviste la posibilidad de hacer experiencia en el exterior.

Estuve un año en España, trabajando con Rafael Amor, de quien aprendí muchas cosas como la actitud con la que uno tiene que llevar adelante lo que se ha planteado. Pude conocer a Alberto Cortez. Yo decía “de España me vuelvo cuando no pueda vivir de la música”. Al contrario, me volví porque era como un árbol desraizado. Siempre tuve una idea que precedía a todo esto, que viene de la necesidad de decir ciertas cosas, con un mandato más yupanquiano. Y en algún momento entendí que hay cosas que afuera del país no iban a ser valoradas. No era el campo propicio. Nuestro folclore está impregnado de una metafísica de la tierra que no se relaciona con otras realidades. Entonces me pegué la vuelta.

-Desde tus primeras presentaciones, pasando por tus discos, hay una búsqueda  de trabajo en conjunto con grandes artistas de la palabra. ¿Cómo se ha desarrollado esa experiencia?

Yo siempre he sido un buceador de todo esto. No ha sido fácil, porque no es fácil encontrar un ladero, alguien que comulgue el mismo ideario. Pero siempre estuve buscando, hasta que empecé a encontrar. Arrancamos con Alejandro Maldino, el negro Rivella, Néstor Soria de Tucumán, poetas que están siendo cantados en todos lados.

-¿Siempre tomaste poesías concebidas para ser musicalizadas o la búsqueda fue a dar también con otros textos?

Casi siempre tomo cosas nacidas para ser cantadas. De Domingo Zerpa, por ejemplo, he tomado cosas que no han sido pensadas para ser canciones, pero se pueden tomar porque los versos responden a una  métrica a la que se le puede dar una música. Hay también cosas que me han llegado para ver si me gustaba musicalizar. Y muchísimas posibilidades de canciones que recibí por el programa de radio “Voces”, donde podía además ver qué estaba sucediendo en ese momento con la poesía.

-Debe haber anécdotas de cómo cerraron ciertas obras.

Hay una muy interesante. Andando por Tucumán conozco a Néstor Soria, a Pepe Núñez, al Pato Gentilini, al Chivo Valladares con el que viví una cosa muy graciosa (el Chivo para la oreja). Voy a tocar al Centro Cultural Eugenio Virla, un auditorio muy lindo en el centro de Tucumán. Entonces, con Silvia Iriondo cantamos la zamba “Coplas para la luna” del Chivo Valladares, que estaba presente. Cuando me lo presentan al terminar el recital, me dice “¿Le gustó la zamba?” Yo, emocionado, le largo toda una respuesta de que me encanta todo ese coplerío que Moreno escribió y su música tan precisa. “¿Entonces le gustó?”, me vuelve a preguntar. “Sí, claro” le respondo. “Entonces ¿por qué no la canta como es? Pase mañana por mi casa que le voy a regalar la partitura”. Era así, decía las cosas sin anestesia. Ahí nació una amistad, lo llamaba siempre para los cumpleaños (el Chivo asiente con la cabeza).

Pero la anécdota que quería contarte es que Néstor me regala un libro, del cual tome un poema, “Viento Norte”, para ponerle música, sin saber si ya tenía música, y sin preguntarle a nadie. Le mando un cd con la música y a los pocos días me llama para decirme “Mirá, tenemos dos problemas. El primero es que ese poema ya tiene música del Chivo Valladares. El segundo problema es que tu versión me gusta más. La he compartido con el Chivo y me ha dicho que tu versión es más apropiada, que su versión es más romántica pero acá estamos hablando del viento norte”.

-Esta posibilidad de haber compartido momentos inolvidables con referentes del canto popular no sólo en el escenario sino en la vida misma, viene a delinear una mirada que fácilmente distingue expresiones sencillas pero ondas de otras formas también sencillas pero triviales.

Una cosa es lo sencillo y otra cosa lo elemental. Sencillo es “Te recuerdo Amanda”. Elementales son canciones que tienen fecha de vencimiento como la mayonesa. Es cierto que compartir la vida te forma. Hamlet por ejemplo se quedaba a dormir en esa cama. Hemos compartido momentos gratos y también de tristeza, personales con él, porque el camino de la música es también el camino de la vida (Hamlet asiente mientras nos esconde las medias lunas). Yo siempre me acerqué a toda esta gente, a Juan Falú por ejemplo, con mucho respeto, y la distancia se fue acortando a medida que nos fuimos conociendo. Todo eso te va ratificando en el camino, en un entorno tantas veces cacheteado.

-Cacheteado o también “palmeado”, como los artistas que se suben al escenario a pedir palmas. Pensando más o menos lo mismo, Braulio López, citado por Galeano, le había dicho una vez que no quería desconfiar de los aplausos.

Claro, es que a veces es sólo la arenga, la apelación a la sensiblería con recursos remanidos. Me parece que no es así, que la cosa tiene que surgir espontáneamente. Pero la música se espectacularizó, como dicen los sociólogos. Ahora todo el mundo tiene un video clip en la cabeza. Antes había otros intereses. Suma Paz tenía una frase muy interesante. Decía que el público es como un gran niño. Si le das todo el día chocolates y gaseosas, es probable que te quiera más, pero si tenés que remplazarle eso por cosas más nutritivas, te va a querer menos. En el mediano y largo plazo lo va a entender y agradecer, pero en el corto plazo lo va a sufrir. Entonces, uno hace lo que siente que tiene que hacer.

-Porque además, ¿cómo hacer para despojarse de la formación que se ha venido alimentando?

Por supuesto. Yo no podría cantar letras que no digan cosas que por lo menos hagan pensar. No estoy hablando de complejidad, lo complejo no es sinónimo de belleza.

-El folclore siempre ha sido identificado como la relación del hombre con su paisaje. Esta concepción más bien ligada a lo rural se fue modificando en la medida en que nos hemos vuelto más urbanos. Esto que ha sido inevitable pudo vivirse como un desarraigo pero creo que es mejor pensar en un enriquecimiento.

Claro. Yo tengo una formación heterogénea. Yo acá empecé a escuchar a Stevie Wonder, a Serrat, que ya lo conocía, a Silvio Rodríguez, a Milton Nascimento, que me marcó muchísimo, a Jaime Roos, descubrí a Oscar Alem, gran pianista y compositor. En fin, cuando me dicen que soy un folclorista, yo respondo “no, soy un músico que toca folclore”. Siempre he estado muy atento y eso me formó para trabajar desde un modo en el que trato de no repetirme.

-En ese proceso, ¿hay algún método para definir el estilo de la música que va a acompañar a una poesía particular? ¿El estilo de los versos te determina unas armonías? Ejemplo: Para unos versos tristes se pueden elegir armonías “tristes”, o al revés, se puede buscar un contraste.

A veces es lo que sale después de haberse compenetrado con la poesía. El texto te va dictando la música. Para abonar tu pregunta, hay un disco que me gustó muchísimo, salió en el año 2000. Para mi gusto es el disco más hermoso de Rubén Blades, donde abandona la formación clásica del grupo salsero y toca con Editus, un ensamble fantástico, con el cual dice cosas que te hacen reflexionar pero también te hace mover los pies.

-¿Te has encontrado nuevamente con obras tuyas de las cuales modificarías algo?

No, porque no soy de largar algo hasta que no esté absolutamente convencido. Cada obra tiene que sonarme de una manera, tiene que haber un trabajo de armonía y melodía que me cierre, entonces voy probando hasta que me convenzo.

-¿Qué te pasa cuando escuchás tus composiciones interpretadas por otros? Debe ser inevitable una comparación con tus propias versiones.

Por un lado siento un gran orgullo. Pero también me gustan las versiones originales. Hay cosas que me siguen gustando como las canto yo, como “Rumbo al cerro”. Hay versiones que escucho y por ahí pienso “se apuró”, o el tema gustó pero no tuvo un tratamiento, o no me gusta el arreglo, cosas que por supuesto son muy subjetivas. Por ejemplo, escucho “Versos chiquititos” por Juan (Quintero) y Luna (Monti) y me emociono, siento que le encontraron la vuelta. Hoy le escribía a una gente de Formosa, un conjunto vocal que me hizo llegar un material. Y le puse que me parece bien que el arreglador haya renunciado a su ego. Como decía Yupanqui, hay que ponerse detrás de la canción, uno está al servicio de la canción. Litto me hizo reír. Cuando escuchó mis versiones de sus canciones me agradeció: “Vos no sos como algunos que te corrigen los temas”. Yo pienso que para un arreglador, lo más fácil es meterse con la melodía, pero es lo último que se debe hacer, porque hay puntos que encierran toda la belleza de una composición y terminan desapareciendo.

-Si alguien viene y te quita las guitarras y no hay más guitarras en el mundo, ¿a qué instrumento te mudarías?

Hay uno que me gusta mucho: la trompeta, es una deuda pendiente. Es un instrumento difícil. También me podría mudar al bandoneón que es un instrumento que respira. Pero la guitarra es mi instrumento, por la intimidad, por ese abrazo que es como si estuvieras abrazando a una mujer o a un niño, esa cuestión de tenerla contra el pecho.

-Pregunta de cuestionario: guitarristas argentinos, vivos o muertos, que te hayan marcado.

Eduardo Falú, Juan también. Amigos como Roberto Calvo, Pablo De Giusto, Juan Quintero, Federico Pecchia. Bueno, Carnota y tantos otros.

-Desde hace varios años participás del Jurado del Pre Cosquín. ¿Es frecuente encontrarse con  talentos?

La verdad que no. En general, es flojo. En particular, las mujeres solistas son siempre buenas, siempre con buenos arreglos, buscando sus autores locales. En cambio los changos llegan más a la bartola. Está muy desierto el rubro vocal porque no hay difusión de los referentes como los Huanca Hua, los Andariegos, Grupo Vocal Argentino, los Nocheros de Anta, Supay, Opus Cuatro, las Voces Blancas, el Grupo Azul. Los únicos referentes actuales apelan a lo que en música suele llamarse, mofándose, el arreglo “tenedor”, donde las voces cantan todo el tiempo en forma paralela. Por otro lado hay una estética que viene del rock, donde todos quieren tener volumen sobre el escenario. Hay una duplicación excesiva, no hay polifonía. Suben catorces tipos. Uno toca el cajón, otro el bombo, otro el bajo, otro el piano. Todos hacen “Pum Pum”. Ya hay cuatro haciendo lo mismo. Por ahí les digo “ustedes tienen un problema laboral serio”. Esto se puede simplificar con un trío. Porque no agregan polifonía sino sólo volumen, todos al unísono.

-Hay un poco de todo. Falta de estudio, apuro por el éxito…

Mirá, no lo digo despectivamente. He visto subir chicos muy jóvenes, sometidos a una exposición innecesaria. Una vez, viendo un grupo, le digo a Hugo de la Vega, compañero del jurado, “Fijate que eso que le cuelga es el precio del charango, se lo compró ayer”. Pero creo que en los últimos años ha mejorado el Pre Cosquín, porque ya se sabe que hay un jurado que exige, y no hay ningún acomodo, porque apostamos a la calidad artística.

-¿De los artistas que hoy movilizan a grandes cantidades de público, hay alguno que te interese?

No me interesa casi nadie. Hoy me gusta lo que hace Juan Falú, Juan y Luna, Laura Albarracín, Omar Moreno Palacios desde siempre, Facundo Picone, José Luis Aguirre de Traslasierra.. Gente con la cual uno encuentra un interés común.

-De tantos caminos y encuentros con gente de todo el país deben germinar guitarreadas que quedan en el recuerdo para siempre. Vamos a rescatar cualquiera.

Hablando una vez con Carlos Di Fulvio, me decía que esas vivencias son como un plus de la profesión. Las juntadas, las invitaciones donde te encontrás con artistas que te llenan de emoción. Me acuerdo de una guitarreada con Gerardo Núñez en Salta, Miguel Ángel Pérez, Coco Botelli, Patricio Jiménez.

-Con Patricio recuperaste el Dúo Salteño.

Esa fue una experiencia memorable. Estuve también muchas veces en la casa del Cuchi Leguizamón, conocí a Hugo Riera, el hijo del panadero Juan. Estuve donde estuvo la vieja panadería. Encontré libros y cosas incunables, fotos autografiadas de Jaime Dávalos, Eduardo Falú con la Tropilla de Huachi Pampa, una foto insólita de Hugo Riera con Gina Lollobrígida en motoneta. ¡Parece que la llevó de Salta a Cafayate en motoneta! (se ríe el padre, Juan, que llegó hace un rato y mira los criollos con desconfianza).

Bueno, con el ciclo «Los Referentes» tuvimos el placer de compartir grandes juntadas con Juan Falú, con Suma, con Coqui Ortiz, con Aledo Luis Meloni, gran poeta del Chaco, Luego con Luisa Calcumil, Adolfo Ábalos, Manolo Juárez. Con el Chango Farías Gómez estuvimos una semana entera por La Pampa.

-Un plus tras otro.. Hay un hilo que te conecta con todos y que pasa por la decencia del canto sin estridencias.

Creo que eso viene de una convicción de lo que uno está haciendo donde no hay pose. Uno no está sentado simulando o tratando de agradar. Cuando me siento en el escenario soy muy conversador. Me gusta contar cosas que me han pasado, bromear un poco con la gente, algo de café concert.

-No hay tiempo que empuje.

No, para nada. Me das pie para decir que cuando me preguntan cómo va mi carrera, digo: “No, yo no corro. No hablo de carrera. Hablo de camino”.

-Vamos terminando ¿Para dónde rumbean los próximos pasos después de Nebbiero?

En este momento tengo unas treinta canciones y ya estoy eligiendo doce o catorce para un futuro disco. Hay cosas muy arraigadas de hace tiempo y cosas nuevas que también me gustan. Ya estoy trabajado con otros músicos. Quiero hacerlo con tres o cuatro guitarras. Tengo tonadas, cuecas, zambas, chayas. Quiero empezar a grabar. Ahora he sumado a Cecilia Nella, que conocí gracias a Nebbia, en la casa del Bicentenario. Me trajo cuarenta letras vírgenes, con las cuales hice tonadas, chamamés, zambas y milongas.

-Hay un impulso creativo. Por último, ¿cómo es compartir la vida con quien también comparte tus búsquedas artísticas?

Es hermoso porque es complementario. Hay mucha pasión. Por ahí es difícil seguirle el rumbo a alguien que no hace otra cosa que hablar de música. Pero nos equilibramos bastante bien.

Suena el teléfono. Los amigos poetas siguen jugando a las escondidas. Atardeció. Nos vamos agradecidos, escuchando Nebbiero de regreso a casa.