Despedidas

Adiós a José Saramago

18-06-2011 / Reseñas
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A un año de la muerte de un escritor incomparable, unas palabras para celebrar el placer de la lectura y relectura de su obra, párrafo por párrafo.


Adiós a José Saramago

Por | redaccion351@gmail.com

Mensaje de texto de un amigo: “Se murió Saramago”. Mail de un hermano: “Se murió Saramago”. Llamada de otro amigo por cualquier tema y en el medio: “¿Che viste que se murió Saramago?”. Internet, resultado de noticias que contienen Saramago: “Muere José Saramago”, “Falleció Saramago a los 87 años”. No puede ser. Es. Se murió Saramago. ¿Cómo que se murió? Se murió. Pero…

Los años van formando hábitos entrañables. Uno se acostumbra a tener novedades de la obra de un escritor predilecto. Cualquier suplemento publica el nuevo título con la reseña del crítico de ocasión, que casi siempre asume la postura innecesaria de orientar la lectura con ideas extravagantes (está bien, hay que conceder que los especialistas tienen que justificar su especialidad en complejidades. Pero con sólo leer tres o cuatro veces un párrafo, la complejidad se descascara. Entonces, sólo queda la noticia del nuevo libro).

A los pocos días, en cualquier librería de paso, aparece el libro en la vidriera. Hay que entrar, tomar un ejemplar, leer la contratapa, las solapas, el arranque de la historia, donde el escritor ha puesto un esmero que sabremos apreciar.

Con Saramago, el arranque no falla, pero no a la manera de un anzuelo, de la “carpintería del texto”, sino por su estilo inimitable. En las librerías con sillones, y en las otras también, de parado nomás, uno se demora. Los trámites, los amigos en un bar, o alguien que ya preparó la comida en casa y se enfría, tendrán que esperar, o no (¡si ven que no llego, larguen!).

Entonces, a los pocos días, o al día siguiente, o a las pocas horas, según cómo vengan las posibilidades de juntar unos pesos, se vuelve a la librería para comprar el libro. Y en algún lugar de la casa donde uno arma su espacio o simplemente donde se pueda, se vuelven a leer las primeras páginas de la nueva novela de Saramago.

Hay escritores que leemos a las corridas. Vuelan las páginas. Cuando nos damos cuenta, pasamos la mitad de la novela y al rato se terminó. En el transcurso, nos hemos entretenido con el vértigo del relato, con el humor o la pirotecnia del autor. Con Saramago nada de eso. Saramago escribe contemplando el paisaje extraordinario de las vidas de sus personajes. El placer de su lectura, como en la de tantos colegas, espera en la relectura.

Con permiso de los catedráticos del lenguaje del cine y la literatura, pasa con algunas películas. No sabemos por qué hay películas que no podemos dejar de ver. La agarramos empezada en cualquier canal y nos volvemos a enganchar. Otras que también hemos disfrutado tanto, no nos tientan nuevamente. Se nos antoja más fácil ver varias veces alguna película que leer varias veces un libro, excepto los de cabecera.

Saramago escribe para la relectura, pero no de toda la novela, sin respiro, después de haberla leído por primera vez con ese mismo ritmo, sino de la relectura párrafo por párrafo. El placer de leer un fragmento por primera vez y volver a leerlo, antes de pasar al próximo, para emocionarse con la densidad de cada construcción, donde el relato de los hechos se entrelaza con pensamientos sublimes, extiende, para emoción del lector, la duración de cualquier novela de Saramago (verbigracia: cuando usted quiera comprar una novela y el precio lo condicione, compre una de Saramago. Leerla bien le llevará el tiempo de tres novelas menores).

Compañero de nuestro destino sudamericano, amigo de los artistas que pueblan nuestras bibliotecas y estantes de discos, portador de un apellido que por su belleza fonética no sirve reemplazar por “gran escritor portugués” o “premio Nóbel”, Saramago llegó a muerto esta mañana en Lanzarote, su lugar en el mundo.

A días de cumplir 99 años, Sabato, hermano del alma, lo estará llorando. En “España en los diarios de mi vejez”, queda el registro de una amistad que sabrán mantener donde la vida, desde hoy para Saramago, se ve de otra manera.

Escrito el 18 de junio de 2010.