Despedidas

Adiós a José Pablo Feinmann

18-12-2021 / Reseñas
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A los 78 años murió uno de los intelectuales más lúcidos y comprometidos. Un saludo como invitación a releer su obra descomunal, desplegada en ensayos y novelas imprescindibles.


Adiós a José Pablo Feinmann

Por | redaccion351@gmail.com

Corría la segunda mitad de la década de 1990. Después de tres años del ciclo básico de la carrera de Comunicación Social en la Escuela de Ciencias de la Información, hubo que elegir una orientación, entre Gráfica, Radio, Audiovisual, Institucional o Investigación. 

Por supuesto que Gráfica. Año 1998. Aquellas cabezotas que se admiraban de cerca y de lejos, por sus intervenciones en clases de Historia o de Movimientos Estéticos, se volvieron de repente amistades por trabajos prácticos, juntadas a la sombra del bosquecito, ciclos de cine y demás actividades. 

Gente que venía con un bagaje que trascendía largamente las bibliografías de cualquier cátedra. Dos changos, Pablo y Gonzalo, estudiantes de Comunicación y al mismo tiempo de Filosofía, alumbraban con sus charlas un camino de lecturas que varios no habíamos siquiera iniciado. 

Claro que ya había aparecido el nombre de José Pablo Feinmann en los apuntes, pero el verdadero amor vino después, en esas primeras charlas con gente que sin querer, entre idas y vueltas geniales en el patiecito de un departamento de la Achával Rodríguez (en el subsuelo, cosa rara, de un edificio de pocas plantas), encendió la mecha de una especie de desesperación por una escritura descomunal, diferente a la de muertos ilustres ya transitados.

Tiempos difíciles. Segunda mitad del segundo gobierno del innombrable. Pendiente pronunciada hacia lo que detonaría años más tarde. Días de estudio y de lecturas vertiginosas. Nada importaba más que adentrarse en la obra de autores que reunían belleza y compromiso. Billetes que hasta poco antes se perdían en salidas olvidables, terminaban en las librerías de compra y venta de usados, como la de Rioja entre San Martín y Rivera Indarte. Ediciones gastadas que aparecían en los estantes, se compraban, se leían en pocas horas, se prestaban y volvían, casi siempre, porque no siempre, qué cosa… 

Había que ponerse al día. «Filosofía y nación», «El peronismo y la primacía de la política», «Últimos días de la víctima», «Ni el tiro del final», «El ejército de ceniza» y «La astucia de la razón». Se leía con el diccionario al lado. Suena increíble. Era así. Se leía sin dejar pasar una sola palabra infrecuente. 

Hablando de palabras infrecuentes, una insuperable, aparecida por primera vez en la vida desde el texto interno de «La mosca y la sopa», para recordar ese tiempo de vivir para leer: fruición. La imposibilidad de soltar una novela antes de la última página. La necesidad de releer en voz alta muchos, muchísimos párrafos conmovedores. O textos entrañables como el prólogo de «No habrá más penas ni olvido» de Soriano. 

Después vino la espera por nuevas publicaciones y si había un dinero que guardar, sabría terminar en las librerías para volver a casa con «La sangre derramada», «El Mandato», «Pasiones de celuloide», o «Dos destinos sudamericanos». Sería posible decir que cada página ardía de claridad y pasión en las yemas de los dedos. ¿Cómo evitar la comparación con nombres contemporáneos, de prosa tan compleja como innecesaria? 

A la luz de conceptos como «la nube» que vinieron años después, causa gracia recordar toda esa montaña de horas recorriendo ediciones anteriores en la versión digital de Página 12, copiando y pegando en documentos de textos las contratapas y artículos en Radar de, entre muchos, Osvaldo Bayer, Juan Gelman, Mempo Giardinelli, Osvaldo Soriano, Sandra Russo, Ariel Dorfman, Rodrigo Fresán, Juan Forn, Guillermo Saccomano, Eduardo Galeano, Alan Pauls, Claudio Zeiger, Susana Viau, Diego Fischerman y José Pablo Feinmann. Una carpeta por autor, decenas de textos por carpeta, ordenados por fecha de publicación. Todo guardado en un disco portátil, luego en otro y finalmente en «la nube». Luego vinieron los artículos de «Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina». Había que esperar cada semana una nueva entrega para guardarla en un pdf y luego imprimirla en el trabajo, entre documentos con informes y gráficos olvidables sobre variaciones olvidables de alguna modificación olvidable de vaya a saber qué implementación olvidable en la estrategia olvidable de atención olvidable al cliente olvidable. 

Antes o después, la figura de José Pablo Feinmann en los capítulos de «Filosofía Aquí y Ahora», grabados en VHS cuando salían por canal Encuentro, luego descargados por el bendito E-Mule para ser grabados en sagrados DVDs con el mágico Nero, para luego sonreír con autocompasión por Youtube.

Y luego el ciclo «A pensar de todo», y después «El Flaco», por eso de la generación diezmada, y «Timote», por ese diálogo imaginario, quemante en las manos, en las últimas horas del fusilador fusilado.

En una entrevista del ciclo «Decime quién sos vos» conducido por Eduardo Aliverti, transmitida por Radio Nacional el domingo 30 de agosto de 2009, una semana después de la entrevista a Estela de Carlotto y una antes de la charla con Norman Briski, Feinmann comienza contando de su hábito de dormir de día y escribir de noche. Algo que descubrió en los años sesenta, leyendo la Crítica de la Razón Dialéctica de Sartre.

A esos silencios urbanos de madrugada debemos la inmensidad de su obra, sobre la que cada quien identificará cumbres en novelas o ensayos. Una cima a discutir, para tal vez acordar, puede ser «La crítica de las armas», pensada como continuación de «La astucia de la razón», pero llevada al extremo de experiencias personales dramáticas.

Una forma posible de que la admiración hacia un escritor identificado con las ideas (plasmadas de manera implacable en sus ensayos y en las metáforas de sus historias noveladas) se dispare, acaso pueda venir por la decisión de volcar toda su pasión en la escritura de los momentos más oscuros de su vida. 

Si alguien que no haya leído esa novela, o nada de Feinmann, pasa por estos párrafos y se adentra en «La crítica de las armas», publicada en 2003, este escrito habrá tenido algún sentido, como tuvo sentido volver a recorrer las clases de «Filosofía Aquí y Ahora» para trabajos de la secundaria de quien ya transita, pantalla de por medio, materias de la Universidad.

Desde su pasión por el cine, desplegada en libros pero también en programas como «El cine por asalto» junto a Cristina Mucci en la TV pública, pudo celebrar títulos y directores norteamericanos, a contramano del «prestigio del tedio» con que ironizaba sobre algunas glorias del cine europeo. Otra pasión fue Borges, sobre quien tanto escribió, con más amor por ese «destino sudamericano» de Laprida en el poema conjetural, pero también suyo, que desprecio por su gorilismo inevitable.

Finamente, su salud deteriorada en las noticias, la recuperación para volver a escribir contratapas urgentes, la partida de su hermano Horacio González, hace apenas seis meses, y una frase para calentar tibios, después de haber dedicado una vida a pensar el fenómeno político más trascendente de los últimos 75 años: «peronismo con hambre no es peronismo».

Todo está guardado en la memoria. Quedan las ganas repentinas de volver a conversar con amigos que el tiempo desparramó a vaya a saber qué vidas. Restan los libros aún no leídos, esos de casi mil páginas, como «La Filosofía y el barro de la historia», y varios ensayos, algunos incunables. 

A leer y releer.