
Por Garba.
Hace una semana que una yegua a punto de parir y un potrillo dan vueltas por el río.
Desde casa siento cómo vibra el suelo cuando pasan al trote loma abajo.
El invierno no se quiere ir y adentro la chimenea chilla.
Ahora algo ha cambiado el rumbo de ambos.
Se escucha un relincho desde arriba y otro desde el sur.
Se llaman, algo se dicen y se responden.
Me asomo y la veo, como el caballo del zorro, sola en medio del camino.
Le ruego a la pacha y a la escasa señal de los celulares que los grupos de vecinos no arruinen este pedazo de vida con sus reclamos para que el arriero se los lleve vaya a saber a dónde.
Cuando hace varios días que no salgo, comienzo a preguntarme si podrá pasarme la metamorfosis de Kafka.
Si pasado un tiempo me iré volviendo animal, agua que corre o molle.
Cualquier mutación que no precise de la intervención humana que casi siempre estropea el devenir, incendia, apropia, cerca, contamina, decora, usa y abusa.
Quizás un pájaro de pecho blanco y cabeza oscura que cruza rápido el aire con una punta de aromito en su pico.