Por Luciano Debanne.
Votar, aquí y ahora, en este país nuestro que hoy nos tajea el día a día y nos dibuja un futuro entrecortado, votar no es un acto ideológico.
Ideológico es el modo en que miramos al pibe que pide en el semáforo; la caricia a la mascota o el rigor; la sonrisa a los hijos; nuestra capacidad de perdón.
Ideológica es la forma en que regamos el árbol que nos tocó en suerte; las rondas, grandes o chicas, en las que libamos la palabra común; nuestra forma de participar en el fuego o en su extinción.
Ideológicas son las marchas en las que anduvimos, las calles que habitamos, los sueños que heredamos, las viejas luchadoras enseñándonos hasta morirse envueltas en su prédica.
Ideológicos son nuestros amores y nuestros desprecios; el sustrato que deja la descomposición de lo que somos; nuestros poemas, nuestros augurios, nuestra canción.
Ideológico es lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros; nuestros intentos, esfuerzos, batallas, y nuestra resignación.
Votar, aquí y ahora, cuando lo monstruoso ha venido a devorar las raíces, a parasitar lo construido hasta dejarlo famélico, a prometer oscuridades insondables, votar es un acto estratégico, peor aun: táctico. Una supervivencia, una condición de posibilidad, una esperanza, una ilusión.
Votar es sin matices, por sí o por no.
Moneda en el aire, sin bordes posibles, cara o cruz, una de dos: crucificados, corona de espina, condenados el bueno junto al asesino y al ladrón. O aguantando la noche, hasta que amanezca, en el horizonte, acaso, el sol.