Por Luciano Debanne.
La sangre derramada, los titulares de los diarios, los zócalos en las pantallas, la desesperación, el silencio, la orfandad, las multitudes dolientes, las memorias llagadas, llantos, furia, venganza y dolor.
Viva el cáncer, la bala, la duda, no fue magnicidio, se ahogó cruzando el río, perito uno, perito dos, investigación sobre investigación, es un loquito suelto, no fuimos nosotros, tragedia, pequeños excesos tal vez, una mala interpretación, error.
Bang bang.
La estampita improvisada, el tatuaje, los funerales masivos, las marchas eternas, los hijos en los hombros con su cartel de cartulina, Zamba, la netbook, la jubilación, los estertores de un tiempo pasado, la consigna, la vida por Perón.
El cálculo, el reordenamiento de sillas, despachos, nombramientos y asesores, la corrida bancaria, el chiste macabro sobre la próxima víctima contado en los clubes de Polo, la Fundación Mediterránea y la Sociedad Rural, la ceguera cortoplacista, la compraventa de los puestos del nuevo orden nacional, la elección anticipada, de lo nuestro lo peor.
Bang Bang.
Congresos, papers, editoriales, análisis, tesis, libros impresos a destajo para llegar a los supermercados, un documental en canal Encuentro que después circula más allá de la televisión, Netflix la serie.
Las plazas, calles, escuelas y hospitales inaugurados con su nombre, la épica impotente del día después.
Y entremedio de todo eso la tremenda sensación de indefensión, y los sesos de lo que fuimos, muertos para siempre, sobre la calle mugrienta de Recoleta.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
