Por Luciano Debanne.
Ni son las manos, ni es la panza, ni las tetas engordadas, ni son los años limpiándote el culo porque ni eso sabías hacer.
No son las noches de desvelo porque tosiste no sé cómo, porque gritaste diciendo que tenías sed, porque volabas de fiebre o de pesadillas.
No son las veces que te miró de lejos con una ternura imposible, ni cuando te cagó a pedo como nunca nadie jamás te va a cargar a pedos de nuevo.
No son todas esas porquerías que recibió de regalo días como hoy, ni todas esas veces que te aconsejó cualquiera sólo por acompañar, por cuidarte, aunque no entendiera un pomo qué te pasaba.
No son las fotos en las sierras, vos con ese corte de pelo, ella más joven, todos sonriendo como si el mundo fuese eso y no todo lo que es.
Ni son las curitas puestas a pedido para curar cualquier dolor, ni las veces que recortó papeles para que lleves a la escuela.
Ni las cosas que le pediste y no te compró, por la plata, porque no daba, porque no.
Ni el millón de besos que te dio, ni los que se aguantó de darte, ni los que le debes.
Ni tu primera palabra.
Ni la vez que la mandaste a la mierda, con toda razón.
No es nada de eso. No es la biología, ni los genes, ni una genealogía, ni el mandato de Dios.
Es otra cosa.
Algo difícil de poner en palabras, una cosa distinta.
Un modo especial de ejercer el amor.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
