
Por Luciano Debanne.
Esa cosa de camisetas de todos los tamaños colgadas de un hilo en la vereda, y en la peatonal: Messi, Messi, Messi, Di María, Messi, De Paul.
Esa sobredosis de cornetas que no van a terminar de vender, de banderitas y banderotas, de lugares comunes en los comentarios al pasar.
Ese estar todos en una, aunque no se mencione -me ponés $2000 de súper, te limpio el vidrio, no está bien dejá-, y la mirada de previa, los sonidos de la radio de fondo, la tele toda tatuada de mundial.
Esa pequeña polémica de esquina, mostrador, y bar. Ese opinar sin saber, y postear, y memear.
Esa moneda en el aire, todo o nada, sin saber qué puede pasar.
Esa confianza que anida y no arranca, miedo al fracaso, a la tristeza, a perder cuando todo indica que vas a ganar.
Ese viejo circo de gladiadores, vos sos yo, yo soy vos.
Esa cosa patria, casi escolar.
Esa magia de destrezas inútiles, ese juego, esa infancia eterna, ese potrero enorme; como es arriba es abajo, que mirás la plaza, mirás la plaza y está lleno de pendejitos manija, si ganamos, y pateando una pelota para sacarse la pena, si acaso no llegamos a ganar.
Esa cosa tan argenta de estar siempre parados ahí, el árbitro llevando el silbato a la boca, y todos, eternamente, en el justo antes del penal.