Por Luciano Debanne.
Qué tiempos raros.
Capaz por eso esta cosa de sentir que nadie acierta, que no hay verdades, ni correcciones creíbles, ni buenos tan buenos, ni malos que carguen con toda la maldad.
Tiempos de caminitos marcados con migas de pan, de mapas imprecisos, y sendas estrechas, y cielos sin estrellas, y huellas que se pierden en el humedal.
De tormentas y bajamar. De calma chicha y planicie.
Y mails que se acumulan en teléfonos de pantallas rotas.
Y puertas que no se abren ni aunque te canses de golpear.
Y ollas vacías, panzas vacías, alcancías vacías, ideas vacías, oficinas vacías, noches vacías, agendas vacías.
Y gente que señala con el índice o que levanta el dedo medio, o que sonríe una sonrisa chueca mientras levanta el pulgar.
Charlas infructuosas, análisis infructuosos, propuestas infructuosas.
Y unas ganas de moverse que en realidad son ganas de parar, y descansar.
Que tiempos raros y acá tan mal trazadas las pocas enterezas que nos supimos agenciar.
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Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
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