Por Garba.
El ruido blanco calma, porque recuerda aquello que oíamos en la panza.
En esta categoría entra: una canilla tirando un fuerte chorro de agua, la lluvia copiosa, estar cerca de un río, el viento, la televisión cuando pierde la sintonía…
Mirando un programa me disperso y voy a los anuncios de pie de imagen que pasan rápido: la visibilidad se encuentra reducida, nieva en Chapelco y una mujer de 87 años tropezó con un pozo en la vereda, se golpeó la cabeza y murió al instante.
Recuerdo el ejercicio literario que consiste en extraer de una noticia al paso el nudo de un acontecimiento y claramente me quedo con la mujer que cae y su vida acaba.
Como el final del cuento bello de María Gainza, alguien desplomándose hacia la muerte pareciendo decir: ¿esto era todo?
Aunque con más cintura, pienso, podría incorporar esas tres noticias aleatorias y pegar la vuelta con el ruido blanco del inicio, que quedó ahí, otra imagen suspendida en el aire con la suavidad de la nieve que se acopia en Chapelco, los autos tapados con una cobertura de mazapán.
En ese último aliento, ¿la visibilidad se verá reducida?
¿Vendrá después un ruido blanco súbito a ocupar los últimos segundos del mutis por el foro?
Cuando se terminaban las transmisiones de la trasnoche trece, la niña que fui, se quedaba hipnotizada escuchando cómo se iba la sintonía.
Dormir, en la niñez, era también apagarse un rato.
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