Por Luciano Debanne.
¿Quién diseña los juguetes baratos importados de china?
¿Quién compone la música funcional de los aeropuertos y los ascensores lujosos?
¿Quién confecciona el molde de la ropa sin marca que se vende en las tienda de barrio?
¿Quién decide la ubicación de las cerdas plásticas en los escobillones o la forma que tendrá el molde del escurridor?
¿Quién crea la caligrafía elaborada de las pintadas electorales: fulano presidente mengano vice?
¿Quién mezcla las tintura hasta dar con el color de las baldosas calcáreas: ese rojo y no otro, ese verde, ese gris, ese amarillo, ese entramado que simula un marmolado?
¿Quién dibuja los muñequitos que se pegan en el baúl del auto para dar cuenta de la familia que se pasea en ese vehículo?
¿Quién decide el modo en que se copiará, lo que se mantiene y lo que se cambia, en el logo de las medias que simulan ser de marca y que vende el pibe puerta por puerta para hacer el mango?
¿Quien dibujó el perro del cartelito de cuidado con el perro?
¿Quién elige la forma que tendrá el agujerito de la tijera: si será redondo u ovalado, si tendrá como una pestañita para encajar el dedo mayor por fuera del hueco, si tendrá por dentro cierta inclinación ergonómica?
¿Quién creó el molde de la taza en la que el mozo nos sirve el café ahí en el bar del mercado o de la terminal?
¿Quien define el patrón de luces que harán las sirenas o los adornos navideños?
Alguien lo hizo, una persona.
Vivimos en un mundo plagado de artistas imperceptibles, de pequeñas obras mundanas.
Desconocemos los nombres de aquellos cuyas creaciones están presente en millones de momentos de nuestras vidas y sin embargo recordamos con claridad a algún pintor italiano de no sé que siglo, a un escultor cuya obra nunca tuvimos al frente, a un músico que ni siquiera nos gusta o cuyas composiciones no oímos ni una vez…
No digo que esté necesariamente mal. No lo sé.
Pero, si bien se mira, es un poco extraño que sean así las cosas. Es un poco extraño que se nos pase por alto cotidianamente tanta humanidad desapercibida.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
