Con permiso

Presentes

24-03-2019 / Con Permiso, Lecturas
Etiquetas: ,

Desde el habitual espacio de domingo en que compartimos textos de nuestro querido Luciano Debanne, te acercamos un collage tramado a partir de sus palabras, como invitación al encuentro en la marcha de hoy.


Presentes

A partir de textos de Luciano Debanne.

Dibujo: Cape.

Ahora de nuevo los puños en alto, las gargantas cargadas, los carteles como banderas, los pañuelos como abrigo. Ahora de nuevo las calles, prestar nuestros huesos a sus huesos, nuestro cuerpo a los fantasmas que señalan el camino desde el abismo de una historia que vuelve.

Ahora toca encontrarnos donde convenimos, volver a vernos, confirmarnos vivos. Ahora toca volver al camino que tantas veces, baquianos de luchas que nos parieron. Ahora toca tumbar a fuerza de muchedumbre las injusticias de oficinas y sillones.

Ahora toca confirmar el cerco que nos separa de sus miserias, de sus horrores, de su odio. Confirmar el cerco que los separa de nuestras veredas, de aquello que parimos, de nuestros sueños mejores.

Hoy saldremos, vagabundes, por las calles de la ciudad con nuestras cositas importantes todas atadas en un pañuelo, un pañuelo blanco.

Haremos un paquetito triangular con nuestros recuerdos y nuestras fotos blanquinegras, con las lágrimas y las risas bordadas en azul, y la furia; con nuestros sueños heredados, sedimentados y maduros, y nuestros errores propios todavía ardiendo a flor de piel, con las canciones de ahora y las consignas de antes, y al revés también, con nuestros triunfos y nuestros titulares voceados en las esquinas y conquistados en las calles andadas y por andar, en las reuniones y el estudio, y la vigorosa paciencia de no convertirnos en nuestros enemigos, de no ser ellos. De no ser ellos jamás.

Saldremos con nuestras viejas y nuestros viejos, con nuestras niñas y niños, con nuestras batallas de siempre y nuestras batallas nuevas, todas de la mano, todos de la mano, por las calles y las veredas, y los balcones y las pantallas, andando desde el pasado por el presente hacia el futuro; con nuestro pañuelito blanco anudado, vagabundes, siempre en marcha, contentos de andar.

Hoy celebraremos esa fiesta rara de tristeza y felicidad. Y gritaremos tres veces, tres, que son treinta mil veces, porque cuando gritan muchos vale más.

Hoy saldremos de nuevo, otra vez para siempre, a marchar. Nuestro pañuelito blanco y una flor, tejida de rojo, en el ojal.

Y vamos a marchar contra ustedes y sus silencios y sus titulares oprobiosos. Vamos a salir a andar contra ustedes, contra sus mentiras y sus violencias, contra sus miserias. Vamos a salir a andar con nuestras debilidades y nuestras derrotas, con nuestras lágrimas. Vamos a caminar con nuestros pies descalzos, con nuestros cantos apenados, con los retazos de alegrías que nos quedan, con la esperanza hecha jirones, vamos a salir a escupirles la cara.

Vamos a salir a andar aunque no les guste, vamos a salir a sembrar las calles de rostros, de preguntas. Vamos a caminar sobre nuestros miedos como si fueran puentes, hasta alcanzarlos, hasta agarrarles el cogote, a inmovilizarlos aunque sea un rato, para que las balas que ustedes tiraron den la vuelta y les alcancen.

Vamos a inundar las calles, vamos a ser río, torrentoso río de vida, para bautizar a nuestros mártires y para rescatar sus huesos mojados de las profundidades del olvido; y para que sean ustedes los ahogados de tanto escapar.

Hoy vamos a salir a peregrinar hasta la memoria, hasta unirnos con las familias de los fantasmas que marchan con nosotras y nosotros porque ni olvidan ni perdonan, como nosotras y nosotros, que no los vamos a perdonar, nunca.

Es por nosotras y nosotros, y nuestras muertas y muertos, que es lo mismo que decir que es contra ustedes, miserables. Contra ustedes y sus cómplices.

Allí estaremos, las cañas al hombro, las risas, los trapos, la mirada que busca, los saludos a la distancia, los cochecitos y las sillas de ruedas, las remeras con consignas, los carteles al cuello, los primera vez y los desde siempre, la selfie grupal, los anteojos llorosos, las mochilas con agua, las amistades dispersas, las explicaciones acuclilladas a la pregunta ¿y ellos quién son papá?, los carteles en blanco y negro, los bastones y las zapatillas, las primeras de la fila, la marcha lenta de las viejas y el malón, hasta los último orejón del tarro. 

Las complicidades, las bicicletas, los tatuajes, los aros, los hola ¿quieren pan?, las conversaciones sobre tener un dron o ver desde un balcón, las viejas de los balcones, los que miran desde la vereda, los que conocés de algún lado, las pintadas, el baile, las gorras, los mensajes al paso: ¡te escribo!, los recuerdos de lo vi a tal, hacía mucho que no venía.

Los pañuelos, la boina roja, los puños en alto, los dedos en ve. Los mamelucos, los guardapolvos, los uniformes, los trajes. Los gremios, las orgas, los partidos, los estudiantes, los sueltos. El cartel en hoja A4, prendido en la remera. Los discursos que nadie oye y todos aplauden con razón. Las flores, los periódicos partidarios, los pines, los volantes. Las bengalas y el llanto, los cantitos y el aerosol, las botellitas de gaseosa, el mate, la cerveza, el olor a choripán, el choripán, vos mordiendo un choripán, el sabor del choripán, la costumbre, la juntada de después, la calle esa de esa ciudad toda frenada, la más maravillosa música, dispersa y desordenada sonando como mosaicos aquí y allá. 

El encuentro, las miradas, los abrazos. Ir de la mano.

La marcha, decirle la marcha, así, sin mucho más. La recorrida hasta la punta, el cálculo imposible sobre cuántas y cuántos somos.

La dicha de ser tantos corazones en la calle, en las veredas, nosotras, nosotros y la historia larga de un país que se derrama en el presente. La jeta llena con el grito histórico, tres veces; tres veces la respuesta, desgarrándonos. El llanto y la alegría de saber que no van a poder, mientras sigamos estando, no van a poder. Si estamos, mientras estemos. La alegre sensación de triunfo colectivo que da la multitud, y que, incluso en su insensatez, nos hace finalmente victoriosas y victoriosos frente al terror de estar eternamente solas y solos en este mundo tan cruel.

Nuestro orgullo, nuestro tributo, nuestro pequeño llanto ante su inmenso dolor, no es recordarles: es recordarles colectivamente. No son los parques, ni los museos, ni los monumentos, ni las placas, aunque ahí están diseñados con nuestros sueños, construidos con nuestras luchas, defendidas con nuestros trabajos.

Ahí están cada uno de esos espacios y ahí estaremos para ponerle el cuerpo cada vez que algún intendente de pacotilla confunda el pozo oscuro de nuestra historia con una mala administración de los recursos públicos, cuando crea que recordar se trata de tapar baches, de cubrir errores.

No son las instituciones nuestro homenaje mejor: es la marcha viva y sonriente, la música, el grito común, es el abrazo de quienes se encuentran a la vista de todas y todos.

Nuestro homenaje es que en el recuerdo haya, de nuevo, olor a choripán, y banderas, y estruendos. Que recordarles sea parar el mundo, sentarse en pequeñas rondas en medio de las avenidas más céntricas de las ciudades y compartir un mate, un chiste, una anécdota, el juego de nuestras niñas y niños.

Nuestra pequeña revancha en su nombre, es que su recuerdo sea parte del rito de reconocerse, de volverse a ver, de ir a buscarse. Nuestra alegría es que nos unen, nos igualan, nos hacen andar juntas y juntos. Que bajo su mirada y su recuerdo nos reconocemos sujetos políticos, capaces de hacer, deseosas y deseosos de estar con otras y otros.

No es el llanto de las tumbas, no las tuvimos, no las tenemos. Sus fantasmas -compañeros, fraternales, paternales- nos cuidan y protegen en las calles. En las calles nos cuidan. De tanto odio, nos protegen la alegría y el amor.

Y será el abrazo, al final. Vas a ver: será el abrazo, otra vez el abrazo. Como en esa muestra de fotos en La Perla que recorre toda la sentencia y al fondo, llena de luz, una foto enorme de dos que se abrazan, sonrientes, bañados de alegría, de victoria, de justicia.

Hay que ir en su búsqueda. En las esquinas de siempre o en las nuevas. A la hora de siempre, o un par de horas antes, esta vez, para defender nuestra esperanza, la memoria de nuestras marcas.

Ahora toca. Ahora es cuándo. Ahí es dónde, como siempre, para siempre, otra vez.

Y al final, será el abrazo, les juro que al final será el abrazo.

Todo eso, hoy.