Con Permiso

Por la palabra

14-10-2018 / Con Permiso, Lecturas
Etiquetas: ,

En los medios, en las aulas, en la calle, en la mesa familiar o en la oficina, la batalla por el poder de nombrar y nombrarse, por la igualdad, por la ciudadanía, por la participación política.


Por la palabra

Por Luciano Debanne.

«Somos recurrentes, hablamos para nombrarnos: lesbianas, putos, maricones, machonas, chongos, tortilleras, travestis, putas, transexuales, bisexuales, afeminados, mujeres, feministas, diversas, trans, intersexuales; porque a quienes no se nos nombra, no existimos. Nos nombramos tantas veces como hayamos sido invisibilizadas, invisibilizados; ridiculizadas, ridiculizados; discriminados, discriminadas, tanto en la radio, en la televisión, en los diarios, en nuestras propias casas, en nuestros trabajos y en la sociedad.»

Eso dijeron las chicas de Primorosa Preciosura, la orga lésbico-feminista de Santiago del Estero que tiene uno de los nombres más bellos del universo.

Lo dijeron en una Audiencia Pública, de la Defensoría del Público, para quienes quieran oírlo y fundamentalmente para quienes no quieran: nos nombramos tantas veces como hayamos sido invisibilizadas, invisibilizados; porque a quienes no se nos nombra, no existimos. Dijeron, nos dijeron, dijimos.

Las batallas que se dan en torno al derecho de los pueblos por la palabra tienen varios frentes: algunas están en los medios, otras se libran en aulas, otras en la calle, otras en la mesa familiar o la oficina, y otra en los recintos sin ventanas donde sesionan quienes nos representan y gobiernan.

Muchos dan esas batallas, muchas las libran. Son batallas que trascienden a un sector específico, aunque las escaramuzas sectoriales, aquí y allá, puedan ser decisivas.

Son batallas por el poder de nombrar y nombrarse, por la palabra pública y propia, por la hegemonía. La batalla por la palabra es la batalla por la igualdad, por la ciudadanía, por la participación política.

El poder o los poderes o los poderosos (cada quien sabrá cómo entender este asunto) se hace fuerte si las palabras son pocas, o débiles, o demasiado generales. Ya sabemos, el silencio fue siempre aliado de las elites.

Quizás por eso el pueblo es bullanguero: «Somos recurrentes, hablamos para nombrarnos.»