Con permiso

Para que aprendas

13-03-2022 / Con Permiso, Lecturas
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Hay una guerra cultural en marcha. No se hace con libros, ni posteos, ni charlas, ni programa educativos en la televisión. Es una guerra de carne, y llantos, y dolor, y sangre, y huesos astillados.


Para que aprendas

Por Luciano Debanne.

Te matan para que aprendas.

Te violan porque es más fácil que matar.

No es gatillo fácil, ni error, ni exceso, ni orden de arriba. Es control territorial, personal, calle a calle, puerta a puerta, cuerpo a cuerpo, concha a concha, culo a culo.

Hay una guerra cultural en marcha. No se hace con libros, ni posteos, ni charlas, ni programa educativos en la televisión.

Es una guerra de carne, y llantos, y dolor, y sangre, y huesos astillados.

Se hace con patrulleros, y cárceles, y balas, braguetas abiertas y pijas afuera.

Con controles en la entrada donde te manosean y te basurean; con detenciones donde te meten con los vagos o con los pasados o con las pesadas o bajo la mirada jadeante del cabo que odia a su mujer; con tiros en la frente; con cuerpos apretados a la fuerza contra un mueble que cruje y calzones corridos para el costado mientras te tapan la boca para que no puedas gritar.

El mensaje es para ellas. Las jóvenes, las fuertes, las que tiene el poder de ser deseadas, y hembras, y de tenerte asco incluso en su sumisión.

Y es para ellos también.

Las minas siempre fueron botín y pizarra en la que se da la lección.

La cana siempre fue la avanzada. Atrás vienen los capangas sin poder institucional, los wachos que aspiran a ser alguien, los lúmpenes del machismo brutal, los pito chico que morfan de la carroña devastada, los noviecitos que te celan y te cachetean, la cobardía violenta del que no le da para mucho más, los viejos mirones y mano larga.

Hay una guerra cultural en marcha.

Y el olor de los cuerpos sangrantes, muertos y cubiertos de leche caliente, apenas llega a nuestra comodidad intelectual, a nuestras propuestas políticas, a nuestras marchas y nuestras discusiones sobre quién puede y quién no puede marchar.

En las fronteras de nuestra urbanidad indignada caen como peones de una partida sin estrategia las pibitas rotas que no se van a enterar que, después, alguien quizás salga a reclamar por ellas; como si fueran un símbolo y no un cuerpo aterrado llorando, meado encima, cagado del miedo, adolorido, desgarrado, moribundo.