
Por Garba.
Corro por el patio de baldosas de tablero pegada a la pared del pasillo. Juego sola a que me persiguen, al llegar a la canilla de las hortensias, estoy a salvo. Tomar agua te libra de aquello que te pisa los talones.
Apago la luz y me tapo hasta la cabeza para seguir despierta inventándome historias, actuándolas en silencio mantas abajo: un camión, un desierto, un precipicio filoso.
Salto de piedra en piedra y toda el agua me da en el pecho, me tiro bomba al río y se infla el bombachudo de lunares mientras me hundo en lo hondo.
Llueve y es febrero, huelo la mermelada de zanahorias y le meto un palito para ver si está. Preparo la mesa para otro campeonato de chinchón y busco el papel para anotar los cuatro nombres de la casa.
Me duermo mientras la fiebre baja y la mujer maravillosa reza y me hace cosas de abuela bruja en la frente, las hechicerías de rosarios para combatir la temperatura y sus pactos con la Virgen de Lourdes me tiran en un sueño de tranquilidad.
Le cuento a Sancho todos mis miedos, sé que se ocupa de comerlos como hace con la comida mientras mueve su cola.
Mi infancia se expande en mí cada vez que huyo de esta vida de grande. A nadie engaño: soy esa niña eterna que busca excusas para salir a jugar.