Con permiso

Moños

4-11-2018 / Con Permiso, Lecturas
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Quien alguna vez envolvió un regalo sabe que es un arte, una de esas cosas que parecen sencillas cuando se ve el resultado final pero que está llena de pequeños trucos que hacen la diferencia.


Moños

Por Luciano Debanne.

Teníamos que comprar varios regalos de cumpleaños para niños así que fuimos a uno de esos negocios enormes donde venden de todo, y juguetes.

Buscamos, revolvimos, imaginamos a cada niño jugando con las cosas que elegíamos para ver si eran o no los juguetes correctos.

Cuando terminamos fuimos a pagar. Era uno de esos lugares que tiene una fila de cajas pero una sola cola que se va paseando zigzageante por un corralito laberíntico que ofrece chucherías: autitos, chocolates, medias y posavasos de diseño.

La cola era larga antes de nosotros y larga después. Al llegar a la caja nos atiende un pibe que cobra, recibe la tarjeta, controla el DNI, nos informa del descuento y empieza a embolsar las cosas.

«¿Envuelven para regalo los juguetes?» «Sí, cómo no, ¿los envolvemos por separado?» «Sí, por favor».

Entonces el pibe agarra los cuatro juguetes, los lleva a un mostrador atrás de la línea de caja y empieza a envolver con habilidad y destreza los cuatro juguetes que vienen empaquetados de formas muy diversas. Quien alguna vez envolvió un regalo sabe que es un arte, una de esas cosas que parecen sencillas cuando se ve el resultado final pero que está llena de pequeños trucos que hacen la diferencia.

Cuestión que el pibe envuelve el primer regalo con un papel que combina distintas rayas de colores y mete la mano en una caja repleta de moños. Una caja que tiene un montón de moños, también de colores, hechos previamente y listos para ser puestos con velocidad, para no retrasar la fila de gente queriendo pagar el precio que hay que pagar por vivir en la sociedad que vivimos.

El pibe mete la mano y saca un moño, lo mira, lo prueba en el paquete que armó… Y lo desecha. Devuelve a la caja el primer moño que sacó, el que eligió el azar, el que le puso en la mano su trabajo de ese domingo de invierno a la tarde con una fila de gente por atender y tras haber atendido a otras tantas, parado por horas en una fila de cajas.

Desecha el moño preestablecido para esa situación y ese momento, y busca otro, otro que le gusta cómo queda, elige otro moño y ese es el que pone: un moño blanco, no muy distinto al que desechó, desde mi perspectiva, pero lo suficientemente distinto para él como para preferirlo por sobre el primero.

Repite la operación con los paquetes que siguen: cada regalo con un moño elegido especialmente entre cientos de moños en una caja, en un mostrador, en una fila de regalos a ser envueltos, en un negocio enorme que vende miles de cosas diferentes. Un domingo de invierno a la tarde.

Dijimos gracias y salimos. Y yo me fui pensando que quizás alcance con pedirle a la humanidad no mucho más que eso: ínfimas acciones frente al horror, cariño por lo que uno ofrece. Pequeños gestos de amor, envueltos para regalo.