Con permiso

Mocos

25-11-2018 / Con Permiso, Lecturas
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Y entonces medio que te ponés a pensar y te das cuenta que pasa algo parecido con el amor desmesurado, con leer poesía en público, con regalar flores, con andar con una sonrisa, con hablar fuerte, con vestirse raro.


Mocos

Por Luciano Debanne.

Dibujo: Szoka.

«No te comas los mocos» le dije al pibe y me miró como preguntándome por qué, ¿por qué viejo no puedo comerme los mocos? Si están ahí, me gustan, sobran, ¿qué te jode man? ¿Qué te jode que yo me coma los mocos? Si no le hago mal a nadie, si me gustan los mocos, son mis mocos, me los como yo, no es que tomo y obligo viejo, nada de eso, estoy acá tranca, sentado, mirando pasar la vida y me como los mocos, de onda. ¿Qué te jode?

Y yo temblé ante esa mirada, temblé ante la posibilidad de que me preguntara: viejo, ¿vos no te comías los mocos de pendejo? Y entonces yo podría decirle la verdad o mentirle, pero eso no importaba porque lo que importaba, lo que realmente importaba, era que la pregunta atrás de todas las preguntas era por qué dejamos de comernos los mocos. Porque no es que en ese momento me dio asco, no es que un día me levanté y dije qué hediondo este moco -salado, crujiente-, qué fea esta sensación liberadora de sacarse el moco, este rito casi místico de volver al propio cuerpo lo del propio cuerpo, qué asco este moco.

No pasó así, no fue así que dejé de comerme los mocos, pasó que re no daba, que hasta los que se comían los mocos se reían y te decían que estaba mal, que era un ascazo, y entonces dejaste de comerte los mocos vieja, así pasó.

Y entonces medio que te ponés a pensar y te das cuenta que pasa algo parecido con otras cosas. Pasa con el juego, con el amor desmesurado, con el sexo. Con leer poesía en público, con escribir cartas de amor. Con las drogas. Pasa con regalar flores. Pasa con las carcajadas y con los estornudos estruendosos. Pasa con andar con una sonrisa, con hablar fuerte, con vestirse raro. Pasa con un montón de cosas que nos joden y con las que jodemos a los demás.

Y, ojo, no es que me hago el loco, el que está libre de todo, ni ahí. No es que yo puedo desandar eso, ya no tengo el coraje, ya encajé, ¿entendés? Ahora me da vergüenza, me da pudor.

Pero eso no sería nada porque, bueno, es mi vida, a bancársela. La joda es que andamos recortándole la vida a los otros, cuestionándole a la gente los lugares donde decide ponerse un aro, riéndonos de su excentricidades, del modo en que recupera un cacho de las despreocupaciones de la niñez. 

Andamos eligiendo corbatas que hagan juego con nuestro saco gris.

Pasa que andamos rompiéndoles las bolas al pibe, que estaba lo más tranca comiéndose los mocos. No da, loco, no da. Relajemos.