
Por Luciano Debanne.
Porque la mística no es esa colección de consignas, remeras, canciones arduamente planeadas para sonar interesantes.
No son las fotos en los monumentos, en el merchandising del pertenecer, en las poses de uno y de muchos que son como se supone que deben ser.
No son las fechas claves entretejidas en el almanaque para el titular noticioso, para hacerse ver.
No es el panfleto nuevo de bites y memes, ni el viejo impreso en un papel. Ni, válgame dios, el saludo personalizado de los encumbrados, las encumbradas.
La mística es, pienso yo, esa alegría de estar ahí, esas ganas de quedarse para siempre, ese lugar donde todo el tiempo desearíamos volver.
La mística es la felicidad con otros, otras.
En dulce montón, incluso a la distancia.
La confirmación de que somos porque hay algo que nos incluye, valora, necesita, convoca, y trasciende; a pesar de que el mundo nos cuente las costillas de uno en uno, los unos a los otros.
La comunidad improbable que sin embargo es.