Por Luciano Debanne.
Cuentan que existe una palabra que nombra una mirada particular: la mirada que se da entre dos personas cuando cada quien espera que la otra comience algo que ambos desean pero que ninguna se anima a iniciar.
Esa situación, esa sensación, hermosa y tensa, tan próxima al amor, a la amistad, al compañerismo, a la complicidad, al cortejo, toda ella atrapada en la red redonda de una sola palabra.
Mamihlapinatapai, es la palabra.
Mamihlapinatapai, una palabra dicha por los yaganes, allá al sur del sur.
Hombres y mujeres que vivían antes que todo, que todos, en un lugar conocido por su fuego, a pesar de ser tan frío.
Como todas las palabras, esta palabra está hecha de otras palabras, de múltiples ideas, de varios orígenes. Dicen que si una la desmenuza, si la desarma con cariño, descubre que una parte de esa palabra única, larga y poética, incluye la idea de estar confundido sobre lo que se va a hacer después, la idea de logro, y la idea de reciprocidad. Todo eso ahí abrazado, anudado, en una sola palabra.
Mamihlapinatapai, una palabra del yagán, la lengua de los yaganes.
Dicen que una sola mujer en el mundo sigue hablando esa lengua, y quizás ya murió.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
