Por Luciano Debanne.
Empezó con tiza y se pasó al fibrón.
Empezó con láminas y se pasó a la compu.
Empezó con las figuritas de la Billiken y se pasó al capítulo de Zamba.
Empezó proponiendo una revista y terminó armando una página de Face.
Empezó hablando de la tele y terminó hablando del celular.
Puede ser que haya sido porque se cambió de escuela o porque la escuela cambió. Las dos cosas pueden ser.
Aquí el tiempo de antes y el tiempo de después se pliega como una hojita de papel glasé.
La escuela de antes y la escuela de después, conviven, en un mismo país, en una misma provincia, en un mismo edificio, en una misma sala, en un mismo maestro.
Así las cosas importantes: cambian desparejo, se acomodan despacio, se transforman lentamente.
Uno podría creer que eso es ineficiencia, incapacidad, o vejez.
Yo creo que no. Creo que la escuela se mueve lentamente porque en su interior late algo muy delicado, porque es mucho lo que tiene que proteger. Y adentro los maestros moviendo de lugar, a pulso, una a una, las cosas que hay cuidar y que con los cambios se pueden romper.
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Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
