Con Permiso

Kanagawa

9-08-2020 / Con Permiso, Lecturas
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Ahí están esos remeros, esos obreros del mar, frente a la ola inevitable y empequeñecidos por nuestra mirada centrada en la potencia, en el dramatismo de la destrucción.


Kanagawa

Por Luciano Debanne.

Todos se tatúan la gran ola de Kanagawa, pocos recuerdan las pequeñas embarcaciones que la enfrentan.

Y es que es sencillo fascinarse por el desastre inminente, por la magnitud del daño, por el terror. Luce más, como la mirada hipnótica de algunos depredadores frente a su presa.

Sin embargo, bajo la ola reman, en pequeñas embarcaciones japonesas de transporte, un grupo de marineros, de obreros del mar, que le hacen frente para volver a casa. Hay también algunos pasajeros, sin remo pero igualmente sentados en las barcazas, mojados por la salitre brava de los mares.

Ahí están esos remeros, pequeños frente a la ola y empequeñecidos por nuestra mirada centrada en la potencia, en el dramatismo de la destrucción.

Así nosotros. Fascinados por las pequeñas garras que nos salpican el rostro diariamente desde las pantallas: inmóviles y silenciosos o, peor aún, quejumbrosos frente a la gran ola de Kanagawa. Aferrados al remo, pero sin remar.

Quizás sea ya tiempo de empezar a mover las manos, ya no para señalar la inminencia de la ola, la cercanía del desastre, el mar que nos envuelve en desesperación; mover las manos para remar.

El arte, y a veces también otras formas del intelecto que le hablan a nuestros corazones, se complace señalándonos el monte Fuji, imperturbable frente a la escena de los remeros que enfrentan la ola inevitable. Y a veces uno tiende a creer que en última instancia la vida es eso, que predomina la derrota.

Sin embargo la historia está hecha de aquellos que finalmente llegaron a casa, aún cuando multiplicar los puertos no disminuya el mar.

Después vendrán los pintores, y está bien que así sea, a mostrar los paisajes, a remarcar los peligros y a recordar las derrotas, mientras almuerzan los peces que transportaron, en medio de las olas, los hombres y mujeres que remaron en su pequeña, endeble, imperfecta embarcación.

Con el optimismo de la voluntad abrazando siempre, siempre, siempre, como un gran salvavidas rojo, el pesimismo de la razón.