
Por Luciano Debanne.
Hay para quienes la vida es una madeja de complejas operaciones, una colección de suspiros, una sucesión de empinados derroteros, un continuo trajinar.
Hay quienes salen y respiran, y con eso nomás les brota una sonrisa que más o menos ordena el día y todo se echa a andar.
Hay quienes arrastran una piedra redonda, colina arriba, sólo para ver cómo gira pendiente abajo y entonces vuelven a empezar.
Hay quienes lloran arrodillados frente al milagro de la flor cediendo su néctar a la abeja, de la abeja libando su miel, de la miel endulzando una hogaza de pan caliente.
Hay quienes odian como única bandera, y es una crueldad lo que les vibra el alma. Y quienes temen como único designio, como modo de ser y estar.
Hay quienes tiemblan de amor, de emoción, de pasión, de deseo. Y quienes transitan, secos, por sus huesos y sus músculos fríos.
Hay quienes van por el mundo atados al resto, espineles de una red invisible. Y quienes habitan un caparazón.
Hay quienes miran las estrellas, y quienes atienden con cuidado su pisar. Quienes siembran y quienes recolectan lo que es dado, puesto ahí sin más.
Hay quienes son y quienes se hacen.
Quienes tienen la fuerza para torcer el rumbo que se les ha señalado; y quienes, a pesar suyo, no pueden; quienes no quieren; y a quienes simplemente les da igual.
Y hay para quienes la vida es una mezcolanza, un ir viendo qué pasa en cada momento, un cambalache de ida y vuelta, un rato prestado en medio del misterio, un paseíto gratis y finito en medio de la inmensidad.