Por Garba.
He vivido y vivo en lugares de los que me he enamorado perdidamente.
Mi amada Veronike, que mezclaba su francés con el aimara, me decía que nunca eligiera un sitio por la gente, porque las personas tenemos pies y la pacha no.
Que lo que nos maravilla debe estar siempre en la tierra porque es ahí donde el sol arranca y donde se pone también.
Hablábamos de estas ternuras tomando mate dulce en un sillón de cardón mientras la tarde se caía frente a nosotras en la inmensidad de la banda de abajo cafayateña.
Nuestros hijos se veían pasar corriendo al gato atrás de las viñas, sus voces se iban de a ratos con el viento y nos tapábamos los pies con una mantita vieja de cuadraditos.
Vos todavía tenés más hilo que yo para cortar ovejita, y tenés dos manos y dos piernas, ¿qué más necesitas?
El reflejo de la luz nos había teñido de naranja las caras curtidas.
Yo la oía mientras trataba de guardar esta postal en mi corazón casi como adivinando que nada, absolutamente nada tan bello podría durar para siempre.
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