Por Luciano Debanne.
Hay palabras tan redondas que resumen el mundo.
Palabras tan primogénias que parecen venidas de una lengua antigua, y simple, y total, capaz de decirlo todo con dos fonemas, con un balbuceo.
Palabras tan humanas que parece ser previas a la humanidad, como nacidas de las raíces mismas de aquello que nos define, y nos permite, y nos hace ser.
Hay palabras tan acá, tan cercanas, tan básicas que te aparecen en la boca casi antes que en la cabeza, como si hubiesen estado ahí siempre y para siempre.
Como si uno las hubiese estado ensayando desde siglos antes de nacer, y finalmente las dice, y entonces el universo es un alivio, y un llanto, y un abrazo, y un consuelo, y un torrente de amor.
Palabras que son un viaje de regreso, un retorno a lugares de los que te estás yendo siempre, una infancia. Palabras tan cabedoras que llevan adentro miles de palabras y olores y sentimientos y sabores y cosas que te pasaron por la piel, y asombra que quepa tanto adentro de esas pocas sílabas.
Hay palabras tan redondas que cuando uno las convoca y las asigna, trascienden la carne, el pupo, la panza, la sangre y se instalan, a veces acurrucadas y mansas, a veces encendidas y turbulentas, a veces como un escudo, una defensa, un regreso a lo básico, a lo propio, al corazón.
Feliz día.