Astilla

Este recuerdo

18-03-2021 / Astilla, Lecturas
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La memoria va y viene. Ayer hablábamos en un ensayo de lo que hacemos y lo que hicimos antes, en qué mundos del pasado nos pasamos por al lado.


Este recuerdo

Por Garba.

No me acuerdo de su nombre, no logro recordarlo.
Me dijo: yo me voy a acordar siempre de vos peluda del nombre raro, y yo no recuerdo su nombre,
Creo que era… ¿Tobías? ¿Orlando?
No lo recuerdo bien. Qué mocazo.

La memoria va y viene.
Ayer hablábamos en un ensayo de lo que hacemos y lo que hicimos antes, en qué mundos del pasado nos pasamos por al lado, y algo de lo dicho me llevó derechito a ese recuerdo.

Hoy, casi al filo del cierre de una charla sobre machismos y terrorismo de estado, asomó como otra de las deudas pendientes: qué invisibles han sido las traumáticas odiseas de las infancias en los centros clandestinos o las cárceles.
Y otra vez me cayó el balde de aquella noche.
Estaba en una fiesta de esas que solía organizar: artística, bizarra, en un lugar que era un hermoso y viejo antro del Abasto porteño.

¿Tobías?

No puedo recordar si así se llamaba: medio bajito parado en la entrada, con el pelo lacio y a la antigua, como si no terminara de llegar.
Entrábamos las tarimas de un escenario y él ahí clavado en la puerta mirando todo.
En una de las idas y venidas le digo que por qué no se terminaba de meter adentro, que le iban a dar un maderazo y me dijo (astuto) que si yo quería que él me invitara algo para tomar, entraba.

Nos servimos en la barra un jugo oscuro medio que parecía sangría que sacábamos de una ponchera de dudoso estado bromatológico y le dejé ahí pobre, donado, un segundito, que ya volvía, que terminábamos con lo del escenario y le daba bola.

No recuerdo su nombre pero sí que tenía como nombre de persona grande de película de los 70. Y se lo dije.
Qué bestia.

No me llamaba la atención del mismo modo que yo a él, pero verle y saberle ahí parado, sin amigxs cerca y con los dos vasos servidos sin tomar, me dio hasta ternura.
Le dije que si quería venir a la parte de arriba y enseguida dijo:
no, más adentro no.

¡Octavio!
Se llamaba Octavio.
Ahí está.
Y ahora hasta me volvió el apellido (que me guardo para mí).
¿Tanta cosa guardamos en esta caja infinita y negra?

Vamos afuera? dijo y parecía importante salir.
Nos sentamos en el piso de la vereda de la calle Humahuaca.
Hablamos de pavadas: que qué lindas me quedaban las medias así todas corridas,
que era rosarino y al día siguiente, en unas horas, se volvía, pero que había vivido en Buenos Aires, y que no conocía nada lindo de la ciudad,
que me había visto en tal lado,
que el pelo, así.

Le conté que al día siguiente iba a Devoto a visitar a un amigo que estaba preso
y ahí empezó a hablar sin parar.
Octavio había vivido en la cárcel.
Lo habían tenido ahí varios años, era chiquito, su mamá estaba metida allí con él,
y había un hermano que había nacido adentro, y que lo estaba buscando,
que por eso a cada rato volvía a Buenos Aires, porque cuando él cumplió los 6 se lo llevaron de Devoto y terminó con sus abuelxs, y de su mamá nada,
que había salido pero se había convertido en una alcohólica perdida, pobre.

Pero de su hermano, que había nacido allí, no había datos.
Que habían sido años horribles, y que por eso, no le gustaba estar adentro de lugares cerrados y oscuros,
que por ahí a mí me parecía una pavada,
pero que a él lo paralizaba y en cambio ahí afuera, le volvía a funcionar el cuerpo,
y qué bajón lo que me estaba contando,
que no sabía por qué estaba arruinando la charla con esta piedra aterradora y yo ahí lagrimeando.

Lo besé como si fuéramos novixs,
y aún recuerdo esa dulzura generosa de darnos muchos besos mullidos y largos, en la vereda sucia,
al amanecer casi.